En El Vaticano y en México mayo ha puesto a prueba la capacidad de la Iglesia católica para entender al mundo moderno. Si hubiera que darle una calificación, difícilmente sería aprobatoria.
Primero, y el más importante por su trascendencia a nivel mundial, fue el mal entendido que muchos medios cometieron con las palabras del papa Francisco ante la Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), que agrupa a las directoras generales –para decirlo en laico- de instituciones religiosas católicas dirigidas a mujeres, 900 de las cuales se reunieron con el pontífice el 12 de mayo con motivo de su plenaria, y donde muchos titulares de prensa dieron casi por hecho que había luz verde para mujeres diáconas.
La agencia católica de noticias Zenit escribió que, “respondiendo a las preguntas de las religiosas, el papa afirmó que se podría crear una comisión que estudie la posibilidad del diaconado para las mujeres.” El condicional en pospretérito es claro: no es un hecho, es “quizá”. Más aún, de serlo sería una comisión que estudie el punto, ni siquiera que llegue a conclusiones para la acción.
La mayoría de los medios al informar sobre ese evento interpretó que un papa como Francisco había dado otro paso hacia adelante y avanzaba en abrir las puertas a las mujeres para funciones más que de auxiliares. Pero no, una semana después el vocero del pontífice, el sacerdote Federico Lombardi, aclaró que el pontífice estaba “sorprendido” por la mala interpretación de la prensa que, en efecto, se apresuró demasiado, y le había pedido el arzobispo Angelo Becciu, de la Secretaría de Estado, en un tweet: que pensara “en una comisión. ¡No apuremos las conclusiones! Es decir, todavía un paso más atrás “piensa”, no “haz, organiza, convoca”.
Becciu, exnuncio en Cuba y actual secretario para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, parece tener una misión difícil: seguir el camino que lo lleve a justificar el rechazo de la Iglesia a la ampliación del papel de las mujeres, o encontrar la rendija para abrir las puertas aunque sea un poco.
La historia, la que siempre olvidamos, podría ayudar, y el propio Francisco la tiene presente, pues ese 12 de mayo reconoció ante las mujeres de la UISG que hubo ya diáconas, pero dijo que se ignora qué hacían, y de ahí su propuesta de comisión cuya primera misión parece ser casi arqueológica.
Si hubiera diáconas ellas podrían “leer o cantar el Evangelio durante la misa y la predicación, administrar el bautismo, asistir el matrimonio, realizar la bendición eucarística, celebrar las exequias”, es decir, ayudar a quienes sí son sacerdotes -de acuerdo a Zenit- en un grado más que el de sacristanes o acólitos
Pero el sitio churchpop, dedicado a la divulgación de asuntos católicos, enlista 27 diáconas que la propia Iglesia les ha dado el rango de santas, las cuales junto con otras muchas vivieron y actuaron en los primeros 13 siglos de la Iglesia católica, efectivamente, con el papel de auxiliares de los sacerdotes, y que para llegar a esa función sí seguían un rito.
Queda claro que la tarea de Becciu no enfrenta problemas de investigación histórica, sino de claras resistencias de los grupos más conservadores que en su lucha por el statu quo olvidan inclusive los datos históricos.
En México la propuesta de reconocimiento para el matrimonio de las parejas del mismo sexo enfrenta esa resistencia. Es cierto, la Iglesia no parece haber aceptado alguna vez en su historia esta situación, aunque ya no se pueda esconder que algunos de sus miembros han practicado alguna de sus variantes. Pero, ¿podría entender la Iglesia que debe de practicar la caridad y dejar de juzgar y tratar de entender por qué en su proyecto ese dios que tanto mencionan creó individuos que gustan de otros del mismo sexo?

De salida: De pronto salió el Trump de Filipinas, un alcalde por 20 años que ganó con amplia mayoría las elecciones presidenciales y que ofrece que en cuanto tome el poder aplicará la horca para narcotraficantes, violadores y criminales de fuertes delitos. Qué necesidad, si se hubiera actuado con eficiencia antes, quizá no estaríamos ante los prolegómenos de muchas muertes injustas pero con aval de la sociedad.