En la premiada serie británica The Crown (La Corona) la joven reina Isabel II pronto toma conciencia del déficit formativo que le provocó no haber recibido una educación normal, por lo que contrata a un maestro para que le ayude a subsanar esas carencias y poder conversar con los estadistas, políticos y personajes de todo el orbe con los que su cargo la obliga a tratar.
El déficit de Donald Trump, quien este viernes se convertirá en el presidente de Estados Unidos, es de mayor calado. Es no sólo una deficiencia respecto del conocimiento de la nación que habrá de gobernar durante los siguientes cuatro años, acrecentada cuando de entender el mundo que lo rodea se trata; es ante todo una carencia ética. El magnate está convencido, así lo demuestra una y otra vez, que su forma de vida, fundada en la mentira y el engaño, es la correcta. Así acrecentó la fortuna que le heredó su padre; así ha vivido y tratado a sus esposas e hijos; así trata a sus socios y cómplices; así gobernará, para desgracia de su pueblo y temor de los demás.
El lenguaje de Donald Trump, como el de quienes profesan creencias y comparten iguales prejuicios, es muy limitado; su uso del inglés seguramente se ubica por debajo del promedio de los estadounidenses, y es casi seguro que no entiende ni jota de algún otro idioma. Por eso su medio idóneo de comunicación es twitter, en donde un máximo de 140 caracteres impone al usuario la forma y el fondo del mensaje.
El análisis que el diario The New York Times realizó de los mensajes de Trump en twitter durante el periodo de junio de 2015 al 6 de diciembre de 2016 (ver Reforma, 14/01/17, p. 16) revela la personalidad del próximo inquilino de la Casa Blanca. Uno de cada 8 es un insulto; 289 personas, países e instituciones fueron insultados, entre ellos México, en 6 ocasiones durante ese lapso. Su insulto favorito es “crooked” (indecente), seguido de “malo”, “deshonesto” y “tonto”. Es obligado sospechar que Donald escribe viendo a Trump en el espejo.
Cuando su victoria parecía imposible, en este mismo espacio publiqué el artículo “Por si gana Trump” (10/05/16), en el que escribí: “En el ámbito económico internacional el contrapeso más importante a las amenazas de Trump serán Canadá, la Unión Europea y China, nación a la que, al igual que a México, amenaza cada que se acuerda. El presidente Peña hará bien en ordenar a su secretaria de Relaciones Exteriores que haga lo necesario para establecer contacto a fin de trazar planes con los mandatarios de esas naciones y hablar de lo que juntos tendrían que hacer, cuanto antes, para reducir riesgos y costos de tener a Donald Trump en el Despacho Oval”.
Las ofensas de Trump contra México se han convertido en acciones punitivas que nos tienen con el Jesús en la boca. Ya tuvieron su primer resultado con la cancelación del proyecto de la automotriz Ford. Ahora la presión va contra la alemana BMW, al mismo tiempo que el twittero arremete contra Angela Merkel por su política humanitaria frente a los inmigrantes y se congratula por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
Contra China la provocación sigue siendo diaria y va en aumento, lo que ya provocó primeras reacciones en Beijing; algo podríamos hacer junto con ellos. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, en clara reacción ante Trump, reorganizó su gabinete; siendo nuestro socio en el TLCAN, es crucial que contemos con ellos. Es evidente que nuestro gobierno se ha tardado en tender lazos de entendimiento hacia las naciones con las que podemos hacer un frente común para responder y detener las agresiones.
Frente al aprendiz que arriba al poder a México le quedan dos caminos: seguir con el Jesús en la boca, esperando la siguiente ofensa o acción punitiva, o plantar una pica en Washington para dejar claro que, ni en la forma ni en el fondo, aceptaremos el trato que Trump pretende darnos.
Al gobierno mexicano corresponde desplegar una política de alianzas con quienes dentro y fuera de Estados Unidos compartirán el objetivo de decirle al aprendiz: “Estás despedido”.