El reclamo del desarrollo
 
Hace (93) meses
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Existe una conciencia extendida de que en México están instalados y se expanden un agrio humor social, tensiones mayúsculas y un muy bajo aprecio por las instituciones públicas. Son fenómenos anudados, con fuertes nutrientes -cada uno pondrá énfasis en los que le parezcan más importantes o los ligados a su campo de especialización-, pero quizá la causa primigenia esté en una economía que no crece como el país requiere, no genera los empleos de calidad necesarios, no logra abatir la pobreza ni atemperar las desigualdades y que, en una palabra, no es capaz de construir un mínimo de cohesión social.
Cierto que el entorno internacional resulta adverso, cierto que problemas ancestrales no se resuelven por el encanto de la magia, pero insistir de manera acrítica en las recetas que se han implementado en las últimas décadas no parece demasiado sensato. Por eso, un grupo de economistas destacados, mayoritariamente de la UNAM, coordinados por Rolando Cordera, han puesto a circular un importante libro Más allá de la crisis. El reclamo del desarrollo (FCE).
Se trata, por supuesto, de revisar el “entorno global” que en buena medida modula las posibilidades de la economía mexicana, pero para ir más allá de esa “realidad objetiva”, intentar un diagnóstico de la situación por la que atraviesa nuestra economía y poner a discusión las eventuales reformas que podrían generar un motor interno para el desarrollo con inclusión social. Porque “tras la profunda crisis de 2009 seguimos sin lograr una recuperación económica y social sostenida, generalizada y compartida. El desempeño continúa siendo decepcionante en relación, sobre todo, con las necesidades de ampliación y modernización de la infraestructura y la planta productiva, la creación de suficientes empleos de calidad y la superación de la pobreza. Los ingresos de la mayor parte de la población, reflejados en la masa salarial y otros indicadores, continúan siendo inferiores en valores reales a los que existían antes de la gran recesión”.
El libro trata, entonces, de discutir las premisas generales de la política económica en sus diferentes líneas (industrial, fiscal, energética, salarial, etcétera), poniendo en el centro la necesidad de crecimiento y la atención a los abrumadores rezagos sociales, para salir del laberinto de nuestro “estancamiento secular”.
Y es que los propios organismos internacionales parecen estar modificando sus paradigmas para colocar en el centro los temas de la desigualdad social, el empleo, los salarios. Por ejemplo, la OCDE en 2014 señalaba que: “nuevas investigaciones… muestran que cuando las desigualdad de ingresos se eleva, se reduce el crecimiento económico”, por lo que “combatir la desigualdad hace a nuestras sociedades más justas y más fuertes a nuestras economías”. Si ello es así no sólo sería por razones éticas o políticas que habría que intentar edificar una sociedad menos escindida, menos polarizada, sino por requerimientos de las propias economías, que como la nuestra necesita de un poderoso “motor interno” para estimularla, ya que la persistencia de una cierta atonía del mercado internacional, a pesar del dinamismo de nuestro sector exportador, no puede “arrastrar consigo al resto de la economía”.
Así, ante un crecimiento económico débil y la expansión de la precarización del empleo, ante un deterioro o en el mejor de los casos estancamiento de las percepciones de los trabajadores y la permanencia inconmovible del porcentaje de pobres, ante la profundización de las desigualdades y la ausencia de un proyecto para fomentar la inclusión social, no resulta extraño que el malestar se expanda y la violencia se instale con toda su cauda destructiva, que la confianza en las instituciones se encuentre en un nivel ínfimo y que el humor público tenga altas dosis de fastidio, desencanto y rencor.
Por ello, como lo hace el libro con análisis y argumentos, es necesario trazar nuevas coordenadas para la política económica, delinear y acordar un pacto social y fiscal, capaz no solamente de activar la economía, sino de hacerlo con la intensión de incorporar a los “beneficios del desarrollo” a los millones de conciudadanos que se encuentran segregados del mismo, para con ello, quizá, ofrecer un horizonte para el conjunto de eso que llamamos sociedad mexicana.

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