Seguro soy un romántico de las viejas gestas heroicas de México, pues cada vez que llega el 5 de mayo no puedo dejar de pensar en el general Ignacio Zaragoza quien, junto a los Niños Héroes de Chapultepec, está en mi panteón de personajes a cuya altura algún día quisiera poder estar. No soy experto en historia, pero me queda claro que el general Ignacio Zaragoza representa al mexicano que todos deberíamos aspirar a ser: patriota, experto en su tema y, sobre todo, firme ante los retos.
Zaragoza, según lo escribo cada año, demostró en la batalla del 5 de Mayo contra los franceses que hacer las cosas bien termina por ser importante. No rehuyó el general su compromiso ante la patria, ni escurrió el bulto alegando cualquier cosa para alejarse de las tropas europeas. El nativo de Coahuila sabía que su adiestramiento y experiencia como militar tenían que servir de algo, y se dispuso a enfrentar la batalla como todo un profesional de las armas. Cada batallón, cada piquete de soldados fue colocado en el lugar debido. Las operaciones se planearon con serenidad. Las instrucciones fueron dadas con firmeza. El resultado, sobra decirlo, todos los conocemos: un ejército capaz, al mando de un soldado profesional, cumplió con su cometido. Ojalá, insisto, todos pudiéramos actuar así desde nuestra trinchera en esta batalla diaria por México. Todos deberíamos estar dispuestos a cumplir con nuestra tarea, por grande o insignificante que pudiera parecer, y con ello sumar a la victoria. La corrupción, el valemadrismo, los pretextos, la falta de compromiso son una traición al espíritu del general Zaragoza y de los valientes mexicanos que pelearon la batalla del 5 de Mayo.