La deshonestidad siniestra
 
Hace (83) meses
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De todos quienes me conocen y me han leído a lo largo de casi 17 años –que cumplirá este espacio en junio próximo— es más que sabido que nunca me ha simpatizado Andrés Manuel López Obrador. Y no creo que llegue algún momento en que se gane mis simpatías y mucho menos mi confianza.
Me parece un ser cínico, mentiroso, visceral y, lo que es peor, mesiánico convencido de que tiene alguna misión divina que cumplir, como la de salvar a México. No dudo de sus buenas intenciones, quizás en el fondo de sus arranques de mesianismo tropical en realidad busque el bien de la nación, de los pobres, desprotegidos y explotados.
Lo que no me explico es su voluntarismo, sobre todo viniendo de un hombre con formación universitaria y político de carrera; no voy a volver a la trillada crítica de su pasado priista, de que fue él quien escribió el himno del PRI y luego, cuando se le negó una candidatura, su huida al PRD, partido del que se adueñó y luego desechó para formar su propia franquicia política: Morena.
Hablo de voluntarismo porque esa es la base de su oferta política, mezclada con algo de caudillismo y mucho de odio de clases. Él cree que basta con querer cambiar las cosas, con tener buena voluntad para acabar con la corrupción y la desigualdad para acabar con los males del país. Se trata de echarle ganas y de tener fe en él.
Ese es el caudillismo: las cosas van a cambiar porque el caudillo es honesto y valiente; porque él tiene la voluntad y la encomienda divina de cambiar a México y entonces esa fe y esa voluntad de cambio harán que el pueblo bueno –los pobres— acaben con el pueblo malo.
Y en su magnanimidad el pueblo malo y los dirigentes malos que lo sigan, que dejen lo que estén haciendo y se conviertan en sus apóstoles, serán perdonados, amnistiados, y tendrán entrada en su reino. ¿Notan las coincidencias mesiánicas de este hombre enfermo de poder y de megalomanía?
Porque además si se unen a él, si tienen su bendición, en automático habrán de ser honestos, valientes, redentores y fieles apóstoles de su evangelio político. Seguro eso creyó cuando defendió y respaldó a los Abarca en Iguala cuando le decían que ese matrimonio era corrupto, que estaba asociado al narco.
Quizás eso pensó cuando fue a apoyar a su candidata Eva Cadena a las Choapas, Veracruz, y la gente le decía que era corrupta y él la respaldó mientras su dedito decía que no era corrupta. Quizás eso pensó en su momento de Bejarano o de Carlos Imaz o de los hermanos Monreal en Zacatecas.
Lo que no entiendo es que él esté tan enceguecido para no darse cuenta de la gente que lo rodea, que sus cercanos piden y reciben moches, que hay dinero si no sucio sí de origen poco claro financiando sus doce años de campaña por todo el país en aras de alcanzar su sueño presidencial.
Entiendo que su amor paterno no le permita ver las contradicciones de sus “principios” y la vida opulenta de sus hijos; entiendo que quizás la confianza para con sus cercanos no le permita juzgar objetivamente lo que ocurre, pero ¿y los demás?
¿Acaso no sabe cuántos de esos tránsfugas están con él por ansias de no perder el poder? Que son capaces de traicionar sus principios y sus convicciones para seguir viviendo del presupuesto.
Sin duda hay también gente buena y honesta, pero creo que un hombre como él, que enarbola la honestidad como principio fundamental de vida, con su formación universitaria, con su experiencia y conocimiento de la política, debería distinguir leones de corderos.
O es muy torpe o en realidad su ambición y sus ansias de poder lo han extraviado al grado de no distinguir, en él y en los suyos, el bien y el mal, pensado que el fin habrá de justificar los medios.
Sin duda creo que México necesita un hombre de alturas, estadista, honesto y capaz, para que las cosas cambien para bien; pero un hombre ciego de poder, guiando a otros ciegos, es el peor escenario para nuestro país.
Y en ello radica que para mí Andrés Manuel López Obrador –sin menoscabo de la vileza de muchísimos otros políticos en México—sea abanderado de la deshonestidad siniestra.

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