La saga de los proscritos
 
Hace (93) meses
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Islandia eliminó a Inglaterra de la Eurocopa 2016 y dejó a la afición con la boca abierta, algo lógico para un equipo entrenado por un dentista.

Previamente, el egregio Cristiano Ronaldo había criticado a los islandeses por celebrar el empate ante Portugal. Seguramente ignoraba que en ese país hay más volcanes (130) que futbolistas (120). Para el devorador de trofeos mejor depilado del planeta, una igualada es una derrota; en cambio, para las huestes del dentista Heimir Hallgrímsson cada minuto de supervivencia es un logro mayúsculo.

La selección de Islandia invita a reflexionar sobre la forma en que la identidad cristaliza en los tiempos que corren. La turbulenta Inglaterra fue apoyada por hooligans con tatuajes de la Union Jack que vandalizaron Marsella al compás de God Save the Queen. Un coro al que le sobraba cerveza y le faltaban dientes. Hallgrímsson podría haberlos citado en su consultorio, pero prefirió que sus jugadores se encargaran de silenciarlos. En unas horas, Inglaterra le dijo adiós a Europa y a la Eurocopa.

En contraste, el país menos poblado del cotejo asumió la competencia como una insólita oportunidad de formar parte: 8 por ciento de la población se desplazó a las tribunas, algo equivalente a que doce millones de mexicanos hicieran cola para comprar boletos.

El alarido vikingo de los fanáticos islandeses y los locos festejos de sus jugadores fueron vistos como aportaciones pintorescas hasta que el interés se desplazó a la tierra que los ha hecho posibles. Los inesperados advenedizos provienen de noches largas y solitarias planicies de piedra, la patria asombrosa en la que no hay hormigas.

Algo de esto se insinuaba en las sagas islandesas de los siglos X y XI, sobre todo en una variante del género, las “sagas de proscritos” cuyos protagonistas rompen la ley sin convertirse del todo en criminales, pues cuentan con el favor del pueblo y combaten en condiciones desiguales hasta ser derrotados. Los islandeses que disputan bajo los soles de Francia no parecen muy distintos a esos héroes inciertos.

El partido contra Inglaterra atrapó a 99.8 por ciento de la audiencia islandesa. El dato resultó tan abrumador que un periódico sueco creyó que se refería, no sólo a los televidentes, sino a los 323 mil 2 habitantes del país. Según ese cálculo, sólo 650 islandeses no había visto el partido.

La cifra es errónea pero da una idea de lo excéntrico que resulta ser islandés y no ver la Eurocopa. Cuando se calcule el número de televidentes, el cero punto dos por ciento que sintonizó otros canales será una minoría aún más pequeña.

Habría que estudiar a esas personas que no se dejan afectar por entusiasmos colectivos y se dedican a lo suyo, demostrando con férreo sentido de la contradicción que para todo hay gustos. En tiempos mediáticos, ellos encarnan otra “saga de proscritos”.

En lo que toca a la mayoría imperante, llama la atención su voluntad de cerrar filas ante un equipo y de mezclarse con los demás países en la Europa del Brexit y del rechazo a los refugiados sirios.

El deseo de integración no es sello dominante de la época. Es posible que, luego de una fascinación inicial, la tribu más novedosa de la Eurocopa acabe por ser repudiada. En Ragnarök, Borges alude a la batalla del fin del mundo de las sagas nórdicas. El relato ocurre en una Facultad de Filosofía y Letras. De pronto, se anuncia que los Dioses han regresado: “Cuatro o cinco sujetos salieron de la turba y ocuparon la tarima del Aula Magna. Todos aplaudimos, llorando; eran los Dioses que volvían al cabo de un destierro de siglos”. Después del azoro inicial, la multitud se desconcierta ante esos rostros gastados y sus modales primitivos: “Siglos de vida fugitiva y feral habían atrofiado en ellos lo humano; la luna del Islam y la cruz de Roma habían sido implacables con esos prófugos”. Los ásperos Dioses habían tardado demasiado en volver. La misma gente que celebró su llegada, decide sacrificarlos.

La presencia de Islandia en la Eurocopa permite revisar categorías como el sentido de pertenencia, el atractivo folklórico del recién llegado, el miedo al otro que desea quedarse.

La “saga de los proscritos” se juega sobre el césped.

 

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