Hace años que de la demoscopia mexicana platico y discuto con mis amigos encuestadores; la actualización de ese intercambio puede leerse en la revista Voz y Voto de agosto, con el resultado del encuentro celebrado con la participación de Lorena Becerra, Roy Campos, Alejandro Moreno y Francisco Abundis, en que abordaron lo ocurrido este año.
Para cada encuesta habrá muchos lectores, pero lo que me interesa comentar, en primer lugar, es la reacción de algunos de los evaluados, es decir, los directamente afectados.
Un tipo singular de lector es Andrés Manuel López Obrador, que reacciona en relación directa y multiplicada según lo que de él se diga en la encuesta. Por ejemplo, la de Reforma (Revista R, 17/04/16) otorgaba al tabasqueño el primer lugar en intención de voto, con 26%; a Margarita Zavala le dio 21 por ciento, a Osorio Chong 17% y a Mancera y al gobernador de Nuevo León entre el 8 a 9 por ciento.
La más reciente de Reforma (Revista R, 14/08/16) en uno de los careos pone adelante a la ex primera dama, lo que provocó furiosa reacción twitera de López Obrador contra este diario. A mí me llamó más la atención el título de portada: El PRI se desinfla. Leyendo los resultados completos de la encuesta me pregunto por ese diagnóstico de vulcanizadora. El tricolor “se desinfla”, pero ningún otro se infla. Hay que explicarlo.
Hay otro tipo de lectores, diferentes al tabasqueño aunque emparentados con él. Son los que ven resultados y antes de preguntar cualquier otra cosa tienen la descalificación en la punta de la lengua. “Respeto las encuestas, pero esta vez considero que está equivocada”. Otra salida es poner en duda la confiabilidad de la encuesta y del encuestador, diciendo algo así como: “primero quiero saber quién la pagó”.
Saber quién paga las encuestas publicadas es necesario, por elemental transparencia. Pero no es garantía de calidad, ni tampoco prueba indubitable de parcialidad. Saber quién la pagó no hará buena una encuesta, tampoco al revés.
En la mesa de encuestadores convocada por Voz y Voto quedó también claro que las condiciones que los profesionales de la demoscopia mexicana enfrentan, más de dos décadas después de que ese instrumento irrumpió en el panorama electoral, han cambiado de muchas maneras, algunas tan importantes que afectan sus resultados.
Mientras que en Estados Unidos las encuestas electorales en el domicilio del entrevistado son una rareza, en México han sido la regla. Eso ha sido un factor positivo para la demoscopia mexicana al evitar los graves problemas que ahora mismo enfrentan sus colegas americanos, acostumbrados desde hace décadas a realizar entrevistas por teléfono.
Hoy los jóvenes usan celular, pero no son usuarios del teléfono. Usan chat, por cualquiera de las vías a su alcance en la red, escriben, pero no responden llamadas de teléfono. Cómo preguntarles “¿si la elección fuera hoy, por quién votaría?”. Es una traba insalvable, a menos que, como sugiere un amigo encuestador, se pague por la respuesta.
Otro problema: en la encuesta de abril de Reforma la tasa de rechazo fue de 38 por ciento, es decir que de la muestra de escritorio, de mil 200 casos, quedaron 744; en agosto el rechazo fue de 25 por ciento, quedaron 900 casos. Sigo preguntando por el efecto de ese rechazo en la confiabilidad de los resultados.
También me produce muchas dudas el método de los “careos”, en los que se pregunta, una y otra vez, por combinaciones de posibles candidatos; me gustaría ver a un encuestado cuando está respondiendo el octavo careo.
Para probar le pedí a mi empleada doméstica responder las preguntas -careos- como supongo lo hicieron los encuestados por Reforma. Al quinto careo doña Laura me interrumpió: “licenciado, ya no me pregunte tanto; yo no voto, porque ningún partido cumple lo que promete. Ya deje de quitarme el tiempo”. Sin más, se retiró a sus quehaceres cotidianos.
La obsesión por el 2018 ha llevado a querer medir a todos, olvidando que lo elemental sigue siendo lo importante. Mientras no haya candidatos, lo que cuenta son los partidos.