Me habría gustado conocer a Dorothy Parker, poeta, crítica y humorista norteamericana. (Dicho sea de paso, no sé cómo pueden ir juntos esos tres oficios). Era famosa por su ingenio, y por su ingenio era también temida. Sus opiniones eran lapidarias. A propósito de una estrella de cine que intentó ser actriz de teatro escribió en su crónica para “The New Yorker”: “Vengan a ver a Fulana recorrer toda la gama de las emociones humanas de la A a la B”. Tenía ocurrencias peregrinas: a su canario le puso por nombre “Onán” pues, decía, derramaba su semilla en la tierra. Cuando se anunció que había fallecido el Presidente Calvin Coolidge, hombre callado y de rostro inexpresivo, preguntó: “¿Cómo saben que está muerto?”. Refiriéndose a cierta rival suya dijo: “Habla 18 idiomas, y en ninguno de ellos puede decir que no”. Vida muy solitaria vivió Dorothy Parker. Igualmente solitaria fue su muerte. Sus ingeniosidades le ganaron pocos amigos y muchos enemigos. Quizás habría sido al revés si hubiera aprendido que el arte de la risa consiste en reír con los demás, no de los demás. ¡Hasta mañana!…