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Hace (5) meses
Lugares sagrados
David Torres Mejía
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Por casualidad, en la antesala de un consultorio médico aquí en Pachuca, me topé con una colección del célebre tratado del historiador francés José Francisco Michaud, titulado Las Cruzadas (1811-1840). Abrí uno de los volúmenes, hermosamente ilustrado por Gustavo Doré y empecé a leer sobre el sitio de Jerusalén durante la primera Cruzada allá en el año de 1099. Michaud refiere que los cruzados cristianos entraron en aquella ciudad, sagrada para ellos pero también para los musulmanes y los judíos, un viernes a las tres de la tarde, justo un día y hora en que se supone murió Jesucristo crucificado.
El historiador francés escribe que debido a esa circunstancia era de esperarse que los conquistadores europeos mostraran algo de piedad con los musulmanes derrotados. Pero lejos de ello “…se llenaron de sangre y de luto… La carnicería pronto se convirtió en general, ya que todos los que escaparon de las espadas de Godofredo y Tancredo, cayeron en manos de los provenzales, igualmente sedientos de sangre. Los sarracenos fueron masacrados en las calles y en las casas; Jerusalén no contenía ningún lugar de refugio para los vencidos”. Estas palabras escritas por Michaud hace aproximadamente 200 años, nos hacen pensar en el destino trágico de ese pequeño rincón de nuestro planeta que parece destinado a no conocer jamás la paz.
Si nos remontamos al Antiguo Testamento, de plena vigencia en nuestros días, encontraremos la lucha de un pueblo, el judío, que se sacudió varias veces de la esclavitud y que vivió en guerra constante con sus vecinos. Si revisamos la historia de Flavio Josefo, Las guerras de los judíos, conoceremos sobre la dominación romana que culminó con la destrucción de Jerusalén en el año 70 de nuestra era. Esa ciudad donde en la actualidad viven un millón de personas, alberga lugares sagrados para tres grandes religiones contemporáneas. Judíos, cristianos y musulmanes encuentran en ella lugares sagrados para sus respectivos cultos que poseen un simbolismo difícil de estimar.
La pregunta en nuestros tiempos es si todos los avances científicos, tecnológicos, económicos y sociales a nuestra disposición servirán para alcanzar un acuerdo que pacifique definitivamente ese rincón del mundo o si estarán al servicio de los modernos Godofredos, Tancredos y provenzales “sedientos de sangre”, como escribió Michaud y perpetuar lo que parece ser un sino terrible. De momento y al margen de los políticos y militares interesados en la guerra en esa región, los hombres y mujeres de buena fe de las tres religiones involucradas elevan sus oraciones a un mismo Dios para que ilumine a quienes tienen influencia y poder para alcanzar un acuerdo duradero que traiga la paz a esa región tan castigada.

 

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