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Hace (4) meses
Heridas emocionales de la infancia
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Querido lector, el día de hoy te mostraré cómo reconocer las heridas emocionales de la infancia para sanarlas y evitar que las sufran nuestros hijos.
Nuestra infancia es tan importante que las experiencias vividas en ella determinan nuestra calidad de vida cuando somos adultos. La psicología nos señala cinco heridas emocionales de la infancia que dejan huella en la edad adulta, conocerlas es fundamental para poder sanarlas y evitar que las sufran nuestros hijos.
¿Qué son las heridas emocionales de la infancia?
Las heridas emocionales de la infancia son una especie de lesión afectiva que nos impide llevar una existencia plena. Su huella es tan profunda que incluso nos dificulta las relaciones personales. También nos incapacita para afrontar los problemas con mayor soltura y resistencia.
Es frecuente que casi todos tengamos una o varias de ellas, más o menos profundas. Los signos de esas heridas psicológicas se evidencian de infinitos modos: ansiedad, depresión, fracaso en las relaciones afectivas, pensamientos obsesivos, mayor vulnerabilidad hacia determinados trastornos, problemas del sueño, actitud defensiva o agresiva, inseguridad, miedo, desconfianza.
Los seres humanos aprendemos a interpretar el mundo que nos rodea en nuestros primeros años de vida. En nuestra particular interpretación de la realidad influye el entorno, la familia, el contexto socioeconómico y cultural, las experiencias vitales, nuestra forma de ser.
Todos tenemos un pasado. Y aunque este ya no exista, las experiencias vividas en la infancia marcan nuestro carácter, dejando su huella en él.
¿Por qué surgen? ¿Cuál es su causa?
A veces estas heridas obedecen a un pasado infantil realmente traumático. Otras veces, en cambio, se deben a distorsiones en la interpretación de la realidad por parte del niño. Debemos recordar aquí que los niños son muy buenos captando impresiones y teniendo sensaciones, pero muy malos interpretándolas.
Los niños pequeños son aún personas inmaduras para comprender todo cuanto sucede a su alrededor. Por ejemplo: un niño puede sentir abandono cuando a pesar de que sus padres están con él en casa, nunca le prestan la debida atención o desatienden sus necesidades afectivas.
Pero también puede interpretar como abandono el hecho de que le dejen con los abuelos para ir al hospital durante una temporada, cuando en realidad sus padres pretenden evitarle sufrimiento debido, por ejemplo, a una enfermedad en el seno de la familia.
¿Cómo se originan?
Las heridas emocionales de la infancia surgen por una o varias experiencias negativas (o interpretadas como tal) vividas en la niñez. Dichas experiencias dejan una huella (o herida) emocional que puede repercutir en nuestra salud afectiva cuando llegamos a la edad adulta.
Las heridas emocionales se originan en una edad temprana y a raíz de un suceso o experiencia traumática (o apreciación de esta) acontecido de forma puntual o a lo largo del tiempo y de forma más o menos constante. Por ejemplo: el fallecimiento de un familiar, la depresión de uno de los progenitores, una crianza inadecuada, malos tratos, el nacimiento de un hermanito y los celos asociados a ello.
A veces tan solo una sensación percibida, pero junto a una sensibilidad o susceptibilidad extremas basta para generar la herida en base a un malentendido o a una mala interpretación de la realidad. Y es que este tipo de heridas emocionales se dan en la primera etapa de la vida. En esos primeros años en los que el niño carece aún de un adecuado enfoque de la realidad, de estrategias personales para manejar y entender ciertas dimensiones o de una correcta gestión de las emociones.
De esta forma, es muy común que siempre acontezcan uno o varios de los tipos de experiencias dolorosas o heridas emocionales de la infancia que más afectan al desarrollo y terminan dejando una impronta muy evidente en la personalidad. Conocerlas, saber cómo nace cada una de estas heridas emocionales y en qué consiste cada una es importante para poder evitarlas o sanarlas.
Las heridas emocionales de la infancia
La infancia es una etapa vital que nos condiciona para el resto de nuestros días. Hay infancias relativamente felices, pero casi todos hemos vivido en alguna ocasión alguna situación que nos ha marcado y ha dejado su cicatriz en nuestra personalidad. Cada una de las heridas emocionales deja su propio rastro característico y es fácil detectarlo si se sabe dónde mirar.
1. El miedo al abandono
Para quienes han experimentado abandono en su infancia, la soledad es su mayor enemigo. La falta de afecto, compañía, protección y cuidado les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no ser abandonados y sienten un temor extremo a quedarse solos.
Las personas marcadas con la herida del abandono muestran esa carencia afectiva en sus relaciones personales y afectivas. En muchas ocasiones sufrirán dependencia emocional e incluso tolerarán lo intolerable con tal de no quedarse solas. En otros casos, dependiendo de su personalidad, tomarán ellos la iniciativa de abandonar a los demás como mecanismo de protección, por temor a revivir la experiencia del abandono.
La herida del abandono se sana trabajando el miedo a la soledad. Esto se consigue pasando tiempo de calidad con nosotros mismos, realizando actividades que nos gustan y practicando el autocuidado. Identificar y saber gestionar el temor a ser rechazados es igualmente relevante. Para ello debemos derribar las barreras invisibles del contacto físico y emocional.
Es el niño interior, y no el adulto, quien teme que lo dejen. Por eso, hay que fortalecer su autoestima para evitar caer en el auto sabotaje. Es necesario conectar con nuestro niño interior y abrazarle para que se sienta seguro y sea capaz, poco a poco, de disfrutar de sus momentos de soledad.
La forma de evitar la herida del abandono es compartir con nuestros hijos tiempo de calidad, dialogando a menudo con ellos, prestando atención consciente a sus demandas afectivas y practicando la escucha activa.
2. El miedo al rechazo
El miedo al rechazo es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias, el rechazo a nuestro amor e incluso a nuestra propia persona. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos (abuelos, hermanos…) o iguales (amigos) a medida que el niño va creciendo.
Cuando un niño recibe señales de rechazo crece en su interior la semilla del auto desprecio. Piensa que no es digno de amar ni de ser amado y va interiorizando este sentimiento interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. Así, llega un momento en que la más mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesita el reconocimiento y la aprobación de lo demás.
La herida del rechazo se sana empezando a valorarse y a reconocerse, obviando los mensajes que el crítico interno le envía. Para curar su cicatriz es saludable trabajar las inseguridades, ganar mayor confianza en nosotros mismos y comenzar, poco a poco, a sentirnos más capaces. Es necesario conocerse, respetarse y quererse a uno mismo.
Para prevenir esta herida, es importante que tratemos siempre con respeto a nuestros hijos y les infundamos seguridad en sí mismos y autonomía en la toma de decisiones. También es relevante enseñarles a recibir las críticas constructivas y descartar las destructivas, en base al amor propio.
En el siguiente artículo compartiré las tres faltantes, puedes ir trabajando con estas dos y detectar si en algún momento de tu vida te has sentido abandonado o rechazado.
Como siempre te deseo larga vida salud y prosperidad.

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