Voracidad sin freno
 
Hace (68) meses
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Vemos con simpatía la postura de los futbolistas españoles ante las decisiones directivas que se han tomado en el calendario de su Liga.

Es una reacción común estar del lado del que hace el espectáculo por encima del que lo financia.

No existe antecedente de alguien que en su recámara haya colgado pósters de directivos en lugar de futbolistas. O que en las tiendas de deportes se pida la camiseta con el nombre del presidente del club en lugar del de su centro delantero.

Si el primer pensamiento -prejuicio- suele estar en contra del patrón al que sin preguntar calificamos como seguro opresor de sus empleados, en el mundo del futbol los afectos hacen que el artista sea favorecido casi en cualquier circunstancia sobre la gente de pantalón largo.

Y sí, es cierto que jugar partidos oficiales en un país lejano -Estados Unidos- o programar partidos en horarios de domingo a media noche, suena ilógico y ventajoso.

Pero también es verdad que en este negocio hiper inflado de las grandes ligas europeas, la voracidad no tiene límites. Para el inversionista no hay donde detenerse mientras pueda hacerse mayor la utilidad. Pero para el futbolista tampoco.

Los sueldos astronómicos, los fichajes de millones de dólares tienen que salir de algún lado. Y en este juego de vanidades, intereses y bolsas insaciables, nadie renuncia a la voracidad.
A esas cifras de dígitos incontables se ha llegado porque hay quien las pague. Los derechos internacionales de transmisión, las marcas en la camiseta y en las vallas publicitarias de los estadios o los partidos amistosos -y a veces oficiales-como la Supercopa española que se jugó en Marruecos.

Porque se les paguen fortunas, los futbolistas no deben renunciar a los derechos que establecen sus contratos. Habrán de revisar cada letra inscrita en ellas para saber si les están faltando a algo.
Pero sería cuerdo percatarse de que en esta vorágine de barbaridades en que el aficionado que paga boleto tiene que ir al estadio no a la hora que le queda bien a él, sino a los chinos o a los cataríes, algo anda muy mal.

El seguidor de los grandes clubes, los que despiertan interés mundial, ven afectado el sentido de pertenencia que les hizo ponerse como piel los colores de una camiseta. La taquilla ya no es lo más importante y los derechos que si se atropellan son los de él.

Antes de que reviente la burbuja porque esos costos harán inviable el negocio salvo para unos cuantos, valdría la pena recordar los orígenes del juego del hombre y el valor de sentirse representado.

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