Un oráculo
 
Hace (96) meses
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Conocí a Cepo en 1978, cuando Woody Allen hizo una película desconcertante. Después de renovar la comedia, el cineasta rindió tributo a Bergman en Interiores, recreación de las pasiones donde hasta la luz parecía haberse deprimido. Cepo se separó de su novia esa noche. La relación ya iba mal. Habían ido al cine a reanimarse con el humor de Allen, pero se sumieron en una melancolía de fin de mundo.

Dos años después, Cepo vio Stardust Memories. El protagonista es un cineasta que ha hecho exitosas películas cómicas, pero quiere escapar a las exigencias del público. En una escena onírica, un fan le declara su admiración y le da un balazo. Al salir del cine, Cepo se enteró de que habían matado a John Lennon.

A partir de ese momento convirtió las películas de Allen en un oráculo. Su vida se definiría por la calidad de esas obras. Mi amigo no busca en la pantalla un mensaje cifrado de su propia vida; se identifica con numerosas situaciones, pero lo que está en juego es qué tan buena es la película. Interiores contribuyó a que se separara, no tanto por su pesimismo, sino porque le hizo sentir que el director fracasaba como artista.

Cada año, Allen agrega una película a nuestra biografía. Con reiterada superstición, Cepo cifró su fortuna en esa historia anual. Se dirá que es sencillo asociar tu suerte a la de un genio, pero ¿qué director repite prodigios durante medio siglo? Cepo se exponía tanto como Allen.

Inició un posgrado en La Sorbona el año de Zelig, fue aceptado en un seminario con Lacan con La rosa púrpura del Cairo y se graduó con Hannah y sus hermanas. Esas obras maestras apuntalaron su formación.

He demorado en revelar el oficio de mi amigo, cercano a las preocupaciones de Allen. Sí, es psicoanalista. Lo encubro bajo un apodo por respeto a sus pacientes.

Hay quienes depositan su suerte en la ruleta y quienes delegan sus emociones en formas más complejas del azar. 1987 y 1988 fueron años mediocres. Cepo volvió de París, le robaron su Volkswagen y le robaron las elecciones a Cuauhtémoc Cárdenas. Allen había filmado Septiembre y Otra mujer, obras menores.

Conoció a Sandra el año de Crímenes y pecados. La mujer le gustó tanto como la ambivalente película: “No sabes cómo me inquieta”, dijo en forma inolvidable. Ella a veces le hacía caso, a veces no. Él lo atribuyó a Alice y Maridos y esposas, obras inciertas que también influyeron en su erróneo affaire con una paciente.

Aunque su trabajo le deparaba un entretenimiento digno de Misterioso asesinato en Manhattan, algo le faltaba. Finalmente, en 1995 llegó Poderosa Afrodita, donde un intelectual se vincula con una actriz porno bajo los consejos tutelares de un coro griego. Cepo se animó a decirle a Sandra lo que nunca le había dicho. Ella aceptó vivir con él.

La relación pasó por banalidades (Celebridad), hechizos (La maldición del escorpión de jade) y calamidades redimidas por un buen desenlace (su hijo nació con Un final hecho en Hollywood). En 2004, Melinda y Melinda, lo convenció que la existencia es tanto una tragedia como una comedia, y al año siguiente, la maestría de Match Point le mostró que todo depende del azar. Sandra era rara, pero tenía la suerte de estar con ella.

Nada podía prepararlo para Vicky Cristina Barcelona. Sorprende, y casi conmueve, que un genio sea infame. El bodrio hundió a mi amigo. Su hijo se tatuó una calavera en la espalda y Sandra le pidió el divorcio para casarse con un freudiano ortodoxo. Cepo se sintió en el sitio al que alude su apodo.

Sus días mejoraron con Medianoche en París y Magia a la luz de la luna, disfrutó el episodio del hombre que canta bajo la ducha en De Roma con amor y admiró el desequilibrio emocional interpretado por Cate Blanchett en Blue Jasmine.

A los sesenta años, lleva una relación serena con una terapeuta del lenguaje, trata de convencer a su hijo de que la anarquía no es la forma más alta del romanticismo, y goza de una reputación profesional que este texto no puede arruinar. “¿Todavía hay oportunidad para la magia?”, me preguntó.

Su incertidumbre proviene de la más reciente película de Allen, Un hombre irracional. Cepo no sabe si es buena o mala. El pretencioso planteamiento (un filósofo ante el angst de vivir) lleva a un giro sorprendente: el bien puede venir del mal. Todo es risible pero no causa risa. Un cuento filosófico donde la existencia es una broma sin sentido.

Cepo apostó su suerte a los avatares de un artista. Como si adivinara esa extraña devoción, el cineasta copia a la vida, absurda maravilla que escapa a la razón.

 

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