A propósito de consultas. El caso colombiano
 
Hace (67) meses
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Uno podría pensar que una consulta popular donde se someten a votación medidas concretas contra la corrupción llenaría las casillas y serían aprobadas. En Colombia, apenas este domingo, la adopción de medidas de ese tipo fue hecha por mayoría, pero con una participación que no las hace obligatorias, ¿qué pasó?
Colombia se encuentra casi al principio de la segunda mitad de la tabla en que Transparencia Internacional enlista a 180 países sobre percepción de corrupción, ya que se coloca en la posición 96 junto con Perú, Panamá y Colombia. México, de acuerdo a la lista divulgada el pasado febrero con datos referidos a 2017, es el 135; es decir, se registra menor percepción de corrupción en aquella nación que en la nuestra.
El costo de este tipo de prácticas es de alrededor de 17 mil millones de dólares anuales de acuerdo a un recuento del diario El Tiempo, el cual cita varios casos sonados y que genéricamente nos son familiares: obra pública, apropiación de recursos públicos, negocios con bienes incautados al narco y, desde luego, sobornos dados por la brasileña Odebrecht. Nada que en nuestro país no se conozca. Y en todos los casos, involucramiento de funcionarios públicos de alto rango, incluidos gobernadores estatales y ejecutivos de alto nivel.
Así, poner a votación popular medidas contra ese tipo de prácticas no fue extraño, pero al final, la participación fue insuficiente y por ello el legislativo colombiano no tiene la obligación de volverlas leyes.
Se trataba de que, del padrón de 12 millones 140 mil 342 colombianos con derecho a voto, 12 millones 140 mil 342 aprobaran las propuestas de la consulta, pero al final 11 millones 604 mil 566 lo hicieron; es decir, faltaron 535 mil 776 sufragios, poco más de medio millón de personas que prefirieron ser parte del 66 por ciento de abstencionistas que hubo este domingo.
¿Qué pasó?, ¿debe uno inferir que los colombianos que callaron están de acuerdo con la corrupción y con su silencio la legitimaron? Se trata de una conclusión demasiado apresurada y fuerte, cuya respuesta en realidad tiene más que ver con la forma en que se desarrolla la política colombiana y que vale la pena revisar.
La paradójicamente alta respuesta aprobatoria, pero insuficiente en número, tiene que ver con el problema del abstencionismo colombiano, que en las pasadas elecciones presidenciales fue del 46 por ciento y se consideró todo un récord porque fue la más baja en 40 años. Vale recordar que hace mes y medio Andrés Manuel López Obrador ganó la presidencia con un abstencionismo de alrededor del 35 por ciento.
Otro elemento central es que la consulta colombiana no fue lanzada por sus grandes partidos políticos; es decir, que la maquinaria electoral partidista quedó guardada, señala la revista Semana en un análisis inmediato. Cualquier semejanza con la actuación de los candidatos independientes en nuestros comicios de julio parece ser mera coincidencia.
Donde no hay parecidos es que se percibe desgastado al electorado colombiano, que en menos de un año ha sido llamado a las urnas en cuatro ocasiones, o cinco si agregamos el referéndum sobre los acuerdos de paz con las FARC. Parecería que la política no es un tema favorito para los colombianos.
El punto parece perfilar que, si los ciudadanos no son conducidos por los complejos caminos de la política, aunque el tema a tratar les sea vital, su participación será baja; es decir, que la maquinaria de los grandes partidos y las personalidades fuertes son motores que, si no se echan a andar, la ciudadanía no camina, lo que habla mucho de la calidad de la democracia en nuestra región.

De salida: ¿Habemus TLC? No, aún no, y aunque desde el mediodía de este lunes las campanas se hayan echado a volar, el tratado comercial aún no está listo, pues falta Canadá. Los temas espinosos de la agenda comercial entre México y Estados Unidos habrían quedado superados, y ya el presidente estadunidense Donald Trump comenzó a hablar de un acuerdo bilateral más que trilateral; es decir, sin Canadá. El gobierno canadiense tiene ahora la palabra y la posibilidad de mostrar la engañosa táctica negociadora estadunidense que da por concluido algo que no lo está. Las opciones se cierran. No parece factible que el primer ministro Justin Trudeau quede mal ante su pueblo aceptando algo que no le convenga. Trump debe recordar que su mandato es por un acuerdo trilateral, no uno o dos bilaterales. El viernes parece lejano y al mismo tiempo demasiado cercano.

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