El Colegio Hijas de Allende
 
Hace (67) meses
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Son muchas las personas que me han solicitado realizar una crónica del Colegio Hijas de Allende de la ciudad de Pachuca, que, dicho sea de paso, fue también mi “alma máter”, he aquí mi obsequio a tal solicitud, que se integrará con varias entregas a este medio periodístico.
Fundado el 11 de septiembre de 1874 por las señoritas Susana Warner y May Hasting y bajo la dirección del Lic. Faustino Badillo, Cl colegio Metodista Hijas de Allende, de la ciudad de Pachuca, abrió sus puertas en la calle de Allende, donde ocupó el edificio que actualmente alberga a la Escuela Julián Villagrán. Aquel plantel se consolidó como una de las más importantes instituciones educativas del país. Su creación fue una conquista más del espíritu liberal que caracterizó siempre a Pachuca y se acentuó con la llegada de los primeros ingleses en 1824, que junto a los adelantos técnicos en materia de minería trajeron también sus creencias, entre ellas la religión metodista.
Como la presencia sajona se prolongó aun después de 1848, tras vender sus acciones a la empresa mexicana De Real del Monte y Pachuca, el metodismo se arraigó entre los habitantes de esta comarca gracias a la libertad de cultivos consagrada en la Constitución de 1857. Fue en 1871 cuando arriban los primeros misioneros ingeses: Gilbert Haven y Wílliam Butler, quienes entran en contacto con las dos congregaciones ya establecidas en Pachuca, una dirigida por Richard Rule, descendiente de uno de los primeros superintendentes de la compañía inglesa, y la otra encabezada por el médico hidalguense Marcelino Durán, impulsor de la creación del Instituto Literario y Escuela de Artes y Oficios del estado.
En poco más de 10 años, la acción de Butler permitió la expansión del metodismo en todo el estado. Para 1882, casi todo el altiplano hidalguense contaba con recintos de culto y a finales del siglo 19, había ya una red de congregaciones y escuelas elementales, en más de 25 puntos de la entidad; entre estos últimos destacaba el ya mencionado Colegio Hijas de Allende, que inició operaciones en 1874, en tanto que en 1888 lo hizo la Escuela Julián Villagrán.
Estos planteles a diferencia de otras escuelas confesionales, que solo recibían a practicantes de su culto abrieron sus aulas a todo ciudadano de la creencia que fuese, además en sus planes de estudio no se incluyeron temas religiosos; por el contrario, se auspició un ambiente de franca libertad que fomentó el nacionalismo mexicano, de allí que sus escuelas, se designaran con nombres como “Hijas de Allende” o “Hijos de Hidalgo”, “Julián Villagrán”, “Colegio Morelos” y otros, sin aludir a la ideología de su iglesia.


El éxito del plantel propició que en los primeros años del siglo 20 se iniciara la construcción de su nueva sede, a un costado de la entonces Estación Hidalgo (Hoy Palacio de Gobierno), en un terreno donado por la Compañía de Real del Monte y Pachuca que formaba parte de las caballerizas de la empresa, que por esos años utilizaba el servicios de unas tres mil bestias de tiro y carga, de modo que aquel sitio era muy extenso.
La edificación original del plantel –que actualmente es un estacionamiento– tenía acceso por la llamada Salida a México, hoy Avenida Juárez, y se realizó dentro de un estilo netamente sajón: salones de techo alto con bóveda catalana, amplios ventanales y pisos de duela, paredes con pizarrones, bancas de acero con asientos y pupitres de madera dotados de un hueco para tintero y manguillos, así como una amplia papelera bajo el asiento. Por lo que se refiere al resto de las instalaciones escolares, los patios se diseñaron con dos criterios, el de acceso, enjardinado y arbolado profusamente con andadores de recinto en los que se dispusieron bancas de acero y el segundo, tendido en medio de los salones, amplio y desnudo de todo adorno, a fin de ocuparlo para las clases de educación física.
En su primera etapa, entre 1917 y 1938, el colegio ocupó una extensión aproximada de 8 mil metros que se amplió a mas de 20 mil, al otorgársele una segunda y muy generosa donación por la Compañía Minera, que al disminuir el uso de bestias de carga y tiro, redujo las proporciones de sus caballerizas, de modo que entregó unos 12 mil metros al colegio, por el lado de la calle de Cuauhtémoc, donde se construyeron 10 amplios salones, 2 baños y, en el segundo piso, 2 crujías para dormitorio de internos, comedor, cocina e instalaciones para la conserjería del internado.
En tanto el edificio ubicado al lado del templo metodista, se convirtió en sede de la Escuela Julián Villagrán, ambos planteles fueron de matrícula mixta, aunque en el caso de Las Hijas de Allende, el internado de la nueva escuela se reservó solo para señoritas.
En los prácticamente 100 años que operó esta escuela, fue regida por varios directores; sin embargo, una destacó por encima de todos, doña Manuelita Vargas, la última en administrar el plantel y con quien el colegio alcanzó sus más altos niveles, no solo en los estudios de primaria, sino en los de secundaria –solo para mujeres– y su gran escuela de Comercio.
Para quienes asistimos a aquel plantel, existen muchos recuerdos e historias que narraremos en las siguientes entregas de esta columna en el periódico Criterio.
La fotografía que ilustra este artículo, tomada en 1901, corresponde al edificio inicial del Colegio Metodista Hijas de Allende, como se puede leer en su fachada.

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