El Resucitado de la Motolinica
 
Hace (61) meses
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Tomado de uno de los expedientes del Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado de Hidalgo, se consigna aquí un hecho acaecido a principios del siglo XIX, poco antes de iniciarse la Guerra de Independencia.

El viernes 12 de agosto de 1803, en una humilde vivienda del Barrio de la Motolinica –cuyo significado es lugar de gente humilde– ubicado al pie de la Cañada del Tulipán por el rumbo de la hoy hacienda de Loreto, la familia Ortega Malpica velaba, en la piececita que hacía las veces de cocina y comedor de su vivienda, el cuerpo de Francisco Ortega, quien había fallecido en uno de los socavones de la mina El Encino, antiguo y opulento venero de plata, explotado según los enterados desde tiempos prehispánicos.

El hallazgo del cuerpo lo hizo la cuadrilla de Juan Valera cuando se disponía a salir de su turno, por ahí de las siete u ocho de la noche. En su declaración ante la autoridad, Valera señaló: “caminábamos cansados porque la frente –lugar donde trabajan los barreteros el tumbe de mineral– nos quedaba muy lejos del lugar donde se encontraba el malcate de salida, cuando de pronto, el Josefo, se tropezó con algo, que encina nos dimos cuenta era el cuerpo de orteguita, ¡ay taba tirado con la cara pa riba to mojado! porque las escurrideras de la mina le caían muy cerquitas y pos entonces les pedí a los de mi cuadrilla que lo cargaran y los subimos pa riba por el malacate (sic)”.

“Ya en la superficie de la bocamina”, continuó Valera, “nos llegó el capataz Martín de Celis, quien lo examinó y nos dijo, ‘a este ya se lo llevó la caifana’, avisen en su casa y llévenlo pa velarlo hoy en la noche y mañana pos pa San Rafail” –es decir la panteón de San Rafael que administraban los franciscanos del convento pachuqueño– y pos encina le hicimos”.

Lo llevaron hasta la humilde casita en la Motolonica, donde Conchita Malpica y sus hijos Gervasio, Lupita, José y Antonio de 17, 15, 14 y 10 años, respectivamente, recibieron el cuerpo inerme de su padre, el primero salió apresuradamente a buscar al carpintero Fernando Jerez, que era el más cercano, cuyo taller estaba en el Barrio de la Granada a un lado del hospital de San Juan de Dios –hoy edificio alterno de la rectoría de la Universidad Autónoma de Hidalgo–.

Cuando regresó Gervasio con el ataúd, por ahí de las 10 de la noche, encontró a un grupo de sus vecinos, orando en torno al cuerpo de su padre tendido en la mesa de la comedor, rodeado de los consabidos cuatro cirios; de inmediato, ayudado por dos hombres, metió cuidadosamente el cuerpo de Orteguita en el féretro.

Cerca de la medianoche, llegaron los alguaciles, acompañados por un flebotomista –practicante de la medicina, en razón de su experiencia y no de sus estudios–, quien revisó cuidadosamente el cuerpo de Ortega, sin encontrar signo vital alguno, como lo asentó en el acta que corre agregada al expediente del que sacamos esta información.

Toda la noche hubo rezos. Conchita, inmóvil, con el rebozo cubriéndole la cabeza y la mitad de la cara, no cesaba de llorar la pérdida de su compañero, el único que llevaba dinero a la casa, porque sus hijos, incluyendo al mayor, no trabajaban y sí, en cambio, comían y muy bien. Amaneció el sábado muy nublado y brumoso, pues desde la madrugada la lluvia no dejó de caer hasta por ahí de las siete de la mañana. Lupita y José, hicieron litros de café toda la noche, los vecinos les llevaban ya un paquetito de café molido y piloncillo o canela, que las hijas de Orteguita preparaban en el fogón de la misma pieza donde se velaba a su padre, con lo que mantuvieron la habitación a buena temperatura.

Hacia las 11 de la mañana llegó el padre Mariano Iturría, párroco de la Asunción, quien rezó los consabidos responsos en latín, pero he aquí que, al lanzar el agua bendita sobre el cuerpo, este espetó un fuerte tosido y luego otros más leves y abrió los ojos, mientras intentaba levantarse. Los que allí estaban quedaron atónitos, el monaguillo que acompañaba al sacerdote tiró el recipiente del agua bendita y echó a correr despavorido y detrás de él otros de los que ahí se encontraban; el padre Iturría abrió sus azules ojos y por momentos sintió que saldrían de sus cuencas, mientras se llevaba las manos a la cabeza, tras tirar el bonete símbolo de su autoridad eclesiástica. Conchita, gritó y corrió a abrazar a su marido seguida
de sus hijos.
Fue entonces cuando Orteguita se dio cuenta que estaba metido en un ataúd y se percató de la situación; durante unos minutos todo fue confusión, pero al paso del tiempo, ya serenados, todos pensaron que había ocurrido un milagro, por el que Ortega había resucitado gracias a la fe con que sus familiares, rezaron y lloraron.

La explicación correcta se dio después: Ortega, sufrió un ataque de catalepsia que lo mantuvo por 14 o 15 horas en estado de muerte aparente, pues los latidos de su corazón fueron tan espaciados que el cuerpo respiró con lo mínimo de oxígeno, a lo que se sumó el poco conocimiento medico de los flebotomistas.

Aquel hecho dio pábulo a mil explicaciones no siempre acertadas y otras de orden religioso, que circularon por el aquel entonces pequeño poblado minero, a quienes dieron el nombre de El Resucitado de la Motolinica.

La fotografía que acompaña este artículo corresponde a la hacienda de beneficio de Purísima Grande en 1903, frente a la que se encontraba el Barrio de la Motolinica.

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