La parroquia de la Asunción en Pachuca (primera de dos partes)
 
Hace (68) meses
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El próximo miércoles 15 de agosto, en el calendario religioso se festeja a la Virgen de la Asunción, que fuera patrona de Pachuca hasta finales del siglo XVIII, cuando el patronazgo pasó a San Francisco de Asís debido a la gran influencia que ejercía en la comarca don Pedro Romero de Terreros –primer conde de Regla–. Con tal propósito, las siguientes dos entregas se dedicarán a consignar la historia de la parroquia de la Asunción, que ha sido paralela a la de este antiguo Real de Minas.
De conformidad con las noticias que se conocen de los primeros años de la conquista, la evangelización de Pachuca correspondió, en principio, a misiones franciscanas itinerantes que, procedentes de los conventos de Tulancingo y Tepeapulco, se iniciaron hacia 1528. Sin embargo, fue el clero secular el primero en establecerse de manera definitiva en esta comarca. Por la información que en 1569 proporcionó el párroco Francisco Ruiz al arzobispado de México, la más antigua construcción religiosa realizada en la zona fue una capilla dedicada a la Virgen de la Magdalena, levantada en 1534, ubicada en el antiguo Pueblo de Indios, conocido como La Magdalena Pachuca –hoy Pachuquilla–, situado en las faldas de la sierra de Pachuca.
Todo indica que tras descubrirse las minas de la comarca en 1552 empezó a poblarse el Valle de Tlahuelilpan –hoy centro histórico de Pachuca–, donde se construyó un paupérrimo templo dedicado a la Virgen de la Asunción a los Cielos, levantado por manos indígenas, de una sola nave, con paredes de adobe, techo de tejamanil y torre de cal y canto, que fue concluido en 1553.


Fue el ya referido Francisco Ruiz, el primer titular de la parroquia, a quien se le asignó una renta anual de 200 pesos de mina por el Real de Tlahuelilpan y sus estancias: Calihuacán y Santiago; 50 pesos, de tipuzque, por el de Acayuca, y por el Pueblo de Indios de Pachuca, 40 pesos. Había, además, otras ermitas muy pobres en las que se decía misa una vez al año, entre ellas la de San Pedro Huaquilpan. Debido al importante número de hablantes de lenguas mexicana y otomí, Ruiz fue sustituido por el joven sacerdote Pedro de Salamanca –tenía 34 años de edad– conocedor de ambas lenguas, quien tomó posesión de este curato a finales de 1575.
En el referido informe al arzobispado de México de 1569, existía, como sufragáneo de la Asunción, otro templo en el Real de Arriba –hoy San Miguel Cerezo– que era atendido por el sacerdote Lope Mejía, donde entonces había una crecida feligresía, entre la llegó a encontrarse Bartolomé de Medina, el descubridor del sistema amalgamación.
El culto a Nuestra Señora de la Asunción se generalizó entre los pobladores de la comarca, quienes la adoptaron como patrona de la localidad; muestra de ello fue su preocupación por el mal estado del templo, como se deduce del contrato que, el 4 de noviembre de 1622, firmaron Juan de Vargas, representante de los fieles de la parroquia, y el maestro alarife Juan de Cerralvo, cuyo propósito fue reafirmar muros y revisar la techumbre; no obstante aquellos trabajos, en septiembre de 1647, debido al reblandecimiento de las paredes, el templo se vino abajo, siendo curas Jerónimo Castañeda y Francisco de la Cruz, iniciándose poco después la edificación de un templo más grande, con mejores materiales y ornamentos. Los trabajos de la nueva fábrica duraron 72 años, pues fue concluido en 1719; durante ese período los servicios religiosos se celebraron mediante altares improvisados en diversos sitios de la construcción.
Un nuevo dato obtenido del acervo del Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado permite saber que en 1691 las obras de construcción estaban ya muy adelantadas, pues en ese año se firmó contrato para la edificación de uno de los altares colaterales del templo. Es probable que para esos años se celebrara ya una gran feria en la plaza Real –hoy de La Constitución– a efecto de obtener fondos para la construcción de la parroquia.
La solida fábrica de la nueva iglesia se terminó en 1719, aunque en su interior continuaron las obras para edificar el retablo principal de corte barroco, concluido hasta 1784, famoso por sus 20 imágenes de santos curas, talladas en madera, que representaban a los santos Lino, Dámaso, Clemente, Aniceto, Carlos Borromeo, Asacanio, Fulco, Hipólito, Natal, Juan Jorge Gilaber, Sebastián de Villoslada, Leonardo, Emiliano y Lucio, así como de los beatos Enrique, cura de Atlatalacumba; Jacobo Vitriaco; Argentoli; Mateo, de Francia; Antonio, de Santa María, y Roque González; ese retablo fue demolido en la segunda mitad del siglo XIX para edificar en su lugar un altar neoclásico del que solo quedan las columnas que enmarcan la imagen principal de Nuestra Señora de la Asunción a los Cielos.
Majestuoso en verdad fue el interior del templo, cuya planta de cruz griega con brazos en el centro lo distinguió de los de cruz latina con brazos frente del altar. La nave se cubrió con bóvedas de arista, hasta llegar al comulgatorio, donde se levanta una cúpula sin tambor, sostenida por pechinas, que continúa hasta el altar mediante una bovedilla de medio cañón, en cuya parte superior existe un tragaluz que alumbra al tabernáculo principal. Por lo que hace a la fachada principal, es sobria, sin mérito alguno, realizada dentro del más puro estilo herreriano –así nombrado en honor de Juan de Herrera, constructor del monasterio de El Escorial–, caracterizado por la sobriedad decorativa y el juego de volúmenes geométricos. La fotografía que ilustra esta publicación corresponde a la parroquia de la Asunción en 1900, cuando aún se conservaba su campanario de dos cuerpos y no se edificaban las habitaciones del curato en el ala sur.
Continuará…

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