Los pésimos servicios de los organismos públicos de salud
 
Hace (61) meses
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Eduardo Ruiz-Healy

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Era yo un niño de seis o siete años cuando conocí por primera vez un hospital del IMSS. Era el denominado Sanatorio 2 que hace más de medio siglo se ubicaba en la avenida Niños Héroes, en la Colonia de los Doctores, frente al ya desaparecido Hospital Francés.

En qué estado estaría ese Sanatorio 2 que aún hoy, después de tantos años, lo recuerdo como un lugar lóbrego en donde lo primero que uno veía al entrar era una cubeta llena de agua de color grisácea dentro de la cual había una brocha con la que seguramente alguien trapeaba los pisos de la misma manera en que son trapeadas las losas del zaguán en la escena inicial de la multipremiada película Roma.

Para el niño que yo era entonces el hospital de referencia era el Francés, una bella construcción de finales del siglo XIX o principios del XX, de techos altos, amplias ventanas, espaciosos corredores y un bello jardín en donde mis hermanos y yo jugábamos mientras mi padre, un excelente cirujano, visitaba a sus pacientes ahí encamados. Recuerdo que las paredes estaban pintadas de un color verde claro y que no se veían cubetas con agua sucia ni brochas. El lugar estaba limpio y lleno de luz. No en balde era uno de los mejores hospitales privados de la época.

A veces, después de estar en el Francés, mi padre cruzaba la calle con nosotros para ver a enfermos en el Sanatorio 2. El lugar no era divertido, no había en donde correr y esperábamos sentados en una sala de espera a que mi padre terminara de “hacer visita”.

Por ser el hijo de un médico que ejercía de manera independiente su profesión no consulté nunca a un médico del Seguro Social, de la Secretaría de Salud o del Issste. Cuando enfermaba, mi padre me enviaba con otro médico particular y afortunadamente no requerí nunca ser hospitalizado.

Ya como adulto tuve que ser atendido unas cuatro veces en un hospital y, de nuevo afortunadamente, tuve los recursos para pagar mi estancia en un hospital particular.

Todo lo anterior viene a cuento porque, a pesar de nunca haberlos utilizado, estoy muy bien informado de los pésimos servicios que suelen proporcionarse en los organismos públicos de salud, sean hospitales, clínicas, sanatorios o centros de salud familiar.

Y no hay que ser el más informado para saberlo, en vista de que las fallas que ocurren en los hospitales del sector público son difundidas frecuentemente en los medios de comunicación, fallas que en demasiadas ocasiones tienen su origen en la falta de equipos y medicamentos suficientes en los hospitales.

El caso más reciente se dio en el Hospital Comunitario del municipio de Magdalena de Kino, en Sonora, cuando los médicos se vieron obligados a usar un garrafón de plástico en lugar de un casco cefálico para proveer de oxígeno a un bebé. No había cascos en el almacén pero sí garrafones y gracias a ello le salvaron la vida.

Desafortunadamente, alguien tomó una fotografía del bebé con su garrafón, esta se hizo viral y se armó un escándalo.

Al enterarse de lo que pasó, la gobernadora priista del estado, Claudia Pavlovich, destituyó a la directora del hospital sin averiguar primero por qué no había un casco cefálico en existencia. Tal vez es más fácil despedir personas que asegurarse que las cosas funcionen adecuadamente.

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