Dicen que los reconocimientos a las personas deben hacerse en vida; ya muerto, para qué chingados quieres que se entere que lo amabas, lo admirabas y lo respetabas.
Es por ello que hoy quiero reconocer en vida a un luchador incansable, maestro del albur, de charla picaresca y carcajada franca.
A mi amigo Félix, el famoso Gato Seco, lo conocí hace poco más de 15 años y desde entonces he compartido con su familia el sufrimiento de una enfermedad que poco a poco va acabando con sus pulmones.
Félix fue ,como la gran mayoría de pachuqueños, un trabajador de las minas, empleo que le permitió mantener a una familia con ciertas comodidades, pero que a la larga le fue restando salud.
En largas pláticas que sostuvimos me enteré de las condiciones de los mineros en los túneles a más de 400 metros de profundidad, donde el calor lo soportaban vistiendo solo un taparrabos y sus ojos se acostumbraban a la penumbra solo iluminada con la pequeña luz de una linterna.
Es bien sabido que el ambiente va cambiando lentamente el carácter de estos hombres, que solos y en la obscuridad se vuelven hoscos, callados, pero Félix no, el Gato Seco siempre conserva esa personalidad escandalosa, con un humor negro, con el sarcasmo fácil que a veces incomoda a quienes no lo conocen.
Buen amigo del chínguere, entre copa y copa Félix me llevó a conocer la jocosa historia de la inauguración del teatro Bartolomé de Medina.
Cuenta que un día antes de la ceremonia, allá por marzo de 1957, los llevaron de la escuela al teatro para el ensayo de la ceremonia a la que acudiría el señor presidente Ruíz Cortines. Y resulta que cuando estaban con los últimos arreglos, se dieron cuenta de un pequeño detallito, dentro de la sala del teatro habían dejado una revolvedora de cemento. En ese momento les entró el pánico a los funcionarios y, como el aparato no cabía por la puerta, decidieron hacer un boquete en un costado del teatro para sacar la revolvedora. El tiempo apremiaba y para tapar el hoyo le pusieron una manta que decía, palabras más, palabras menos, “Gracias Señor presidente”.
Fue así como salvaron el bochornoso caso del descuido del constructor.
Mientras me contaba esta historia, Félix no dejaba de carcajearse y yo aproveché el relato para revivirlo años después y burlarme de los funcionarios encargados de las Obras Públicas que siempre cometen pendejadas y como no es de su lana, pues no importa.
Esas son las cosas que amo de mi amigo Félix, cada historia contada por él nos traslada al lugar exacto y en el tiempo correcto para hacernos vivirla casi como si estuviéramos ahí, por eso considero que el Gato Seco es un educador.
Y qué me dicen de las Leyendas del Gato Seco, donde retrata a los personajes de las minas y de los barrios, y nos invita a conocer cada uno de los lugares más pintorescos de Pachuca.
Son tantos los conocimientos que nos aporta Félix que podemos estar horas y horas conversando a su lado sin aburrirnos.
Y en esa aventura literaria creando un estilo especial, desenfadado y grosero, muy propio de los hombres tuzos, Félix siempre habla sin pelos en la lengua, diciendo las cosas como solo él sabe decirlas, a mienta madres.
El ejemplo más claro de ello fue la columna que escribió hace unas semanas, una crónica descarnada y estremecedora cuyo personaje principal era justamente don Félix Castillo.
En este relato conmovedor Félix dejó ver la pesadilla de estar enfermo y jodido.
Nos cuenta sobre la negativa de los médicos y las enfermeras para atenderlo y acceder a practicarle una operación para extirparle un tumor canceroso de colon.
Fue tan impactante su historia que se volvió viral en las redes sociales, por lo que nos les quedó más remedio a los médicos que operarlo.
Y como la mayoría de las historias del Gato Seco que terminan con ironía, a don Félix la calaca, una vez más, le peló los dientes.