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Hace (3) meses
El dilema del erizo: las púas del hombre y la distancia adecuada
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Estamos en el invierno, el frío vuelve a alegrarnos con su visita, en esta misma estación, solo que, en Fráncfort del siglo XIX, fue cuando el representante del pesimismo filosófico Arthur Schopenhauer residió en sus últimos años de vida y donde tiempo atrás escribió Parerga y Paralipómena, obra en la que introduce el dilema del erizo.

A través de una metáfora, el alemán relata haber observado, en un día de inverno, a un grupo de erizos que padecían del frío y con una gran necesidad de conservar el calor. Para poder satisfacer dicha necesidad, buscaban acercarse el uno al otro, sin embargo, entre más se juntaban, se lastimaban con sus púas; al sentir dolor, los erizos se separaban, en cambio, el frío volvía a atormentarlos debido a que, estando separados, no conservarían el calor, lo que significaría la muerte en invierno. En repetidas ocasiones los erizos volvían a separarse y acercarse, hasta encontrar la distancia óptima para conservar el calor y evitar congelarse.

Ahora bien, este dilema nos hace reflexionar acerca de los vínculos que establecemos con los demás. Los seres humanos no tenemos púas como los erizos; sin embargo, tenemos deseos, necesidades y distintas formas de ver la vida que nos hacen únicos, pero dichas cualidades provocan que sea más probable que lastimemos a los demás. Entonces ¿por qué nos “picamos”? Convivir con otra persona implica descubrir lo que Schopenhauer nombró como “cualidades repugnantes y defectos insoportables”, el hecho de aceptar al otro, implica conocer y reconocer que sus necesidades no son las mismas que las nuestras, que sus expectativas y deseos van en dirección contraria a los nuestros, que su bienestar no representa necesariamente el de nosotros, cuando nos damos cuenta de lo anterior, hace que la proximidad sea insoportablemente dolorosa y provoque que queramos alejarnos, al igual que los erizos. Buscamos la distancia adecuada entre las demás personas y nosotros.

¿Existe una solución a este dilema? No realmente, sobre todo en la época interesante en donde nos ha tocado existir, donde nuestra sociedad premia todas las acciones que representan una total independencia, sobre todo la independencia emocional, pero lo anterior se distorsiona y cómo todo producto de la sociedad post moderna es llevado al extremo con discursos en los que vale más ser un “lobo alfa solitario” que no necesita de ningún vínculo para sobrevivir, entonces la mínima expresión de dependencia es socialmente castigada hasta el punto de hacernos dudar si nuestra necesidad humana de vincularnos y tener una relación íntima con los demás es lo correcto. Lo que nos lleva a tomar como medida de protección comportamientos hostiles, indiferencia y desprecio con nuestros seres queridos, pero que lamentablemente solo son intentos desesperados para evitar sentirnos vulnerables.

Esta columna tiene como objetivo una solución prudente a este dilema que sería optar por una verdadera independencia emocional en donde la aceptación de que existen cosas que no están en nuestro control es la “distancia ideal”, ya que, reconociendo las diferencias del otro, nos lleva a tomar conciencia acerca de que nuestras expectativas son solo eso, “nuestras”, de esta manera es menos probable que las “púas” de los demás nos lastimen.

La compasión y respeto de la individualidad de nuestros seres queridos, aceptar y comprender que podemos relacionarnos con ellos a pesar del miedo que tenemos a salir lastimados hacen menos probable que nuestras “púas” lastimen a las demás personas. Al igual que los erizos, a través de nuestras experiencias de picarnos y alejarnos, es como sabremos alcanzar la distancia adecuada.

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