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Hace (4) meses
Fin de Año en Pachuca hace cien años
Trece años de labor periodística de Criterio
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Don Ismael Robles, hombre ligado a las luchas obreras de Pachuca, formó parte desde casi niño de los tribunales laborales del estado, primero como empleado de la entonces Junta Central de Conciliación y Arbitraje, nacida de la Ley del Trabajo Estatal entre 1918 y 1930, y luego, de la surgida tras la reforma que federalizó la legislación laboral en la vigencia de la ley federal de la materia de 1931, le tocó integrar ese tribunal después de la aprobación de la ley de 1970, vigente aún, aunque con muchas reformas.
Nacido en los primeros años del siglo XX, probablemente en 1912, narraba sabrosamente sus recuerdos infantiles, sobre todo, de los hechos sucedidos durante la Revolución Delahuertista, entre diciembre de 1923 (hace cien años) y marzo 1924, cuando contaba con 11 o 12 de edad. Entre audiencia y audiencia en la Junta, ya Local de Conciliación y Arbitraje, instalada en la otrora casa del general Rafael Cravioto, en las calles de Bravo, actual domicilio de la Secretaría de Cultura del Estado, don Ismael solía platicar de sus correrías de pilluelo, entre ellas las de lo acontecido cuando el general Marcial Cavazos se sublevó en favor de don Adolfo de la Huerta, tras los comicios de 1923, cuando el general Calles triunfó gracias a la ayuda manifiesta del presidente Álvaro Obregón.

Cavazos era originario de Tamaulipas y desde muy joven militó en las fuerzas de Francisco Villa durante el constitucionalismo, allí se distinguió como uno de los más valientes y caballerosos subalternos del Centauro del Norte. Más tarde luchó en favor del Plan de Agua Prieta en 1920 y finalmente se adhirió a la rebelión delahuertista en 1923, cuando era jefe de operaciones en el estado de Hidalgo.
Cavazos fue un personaje muy querido, decía don Ismael, mientras saboreaba uno de los tantos cigarrillos que consumía al día; recordaba haberlo visto en alguna ocasión, añadía, cabalgando en la calle de Guerrero, acompañado de su Estado Mayor; marchaba erguido, despertando suspiros en más de alguna dama pachuqueña y la envidia de muchos varones y chiquillos, como yo en aquel entonces; en pocas palabras: era todo un galán.
En aquella Navidad de 1923, Cavazos salió de su cuartel por la mañana del día 25 y dos días después, el 27 del mismo mes año, se rebeló en contra del gobierno federal y marchó sobre Tulancingo parapetándose en las haciendas de Cuyamaloya y Hueyapan, desde donde planeó el ataque a Pachuca, mientras esperaba se le unieran los generales Nicolás Flores y Otilio Villegas, que operaban en los distritos de Ixmiquilpan y Actopan, quienes rebelaron cuando eran llevados presos a México. En el camino, pusieron de acuerdo con sus custodios y todos juntos se lanzaron a la lucha; ello, mientras los habitantes de Pachuca vivíamos la angustia de la guerra.
Mi papá, continuaba don Ismael, nos prohibió salir a la calle salvo para acompañar a mamá al mercado a las compras del mandado diario, en cuyo caso nos decía deberíamos comportarnos como sus escoltas, lo que mucho nos gustaba. Recuerdo, evocaba don Ismael, que el 24 de diciembre se hacía en mi barrio El Infierno, una gran posada, y a nosotros nos tocó llevar mandarinas y guayabas, así como cucuruchos para meter los aguinaldos.
Llegamos al Mercado de la Fruta, ubicado en la cuchilla que aún se forma en la calle de Julián Villagrán, frente a donde desemboca la calle de Zaragoza. La charla de mercaderes y marchantes se centraba en el inminente ataque Cavazos a Pachuca, se conjeturaban los lugares por donde podría penetrar y sobre el día y hora en que lo haría; un indito chaparrito y menudo de cuerpo aseguró haber visto a las tropas rebeldes por el rumbo de San Juan Hueyapan, en tanto que otros le habían observado ya en Real del Monte.
Recuerdo la mirada azorada de mis hermanos ante aquellos rumores y la cara angustiada de mi madre, que apresuraba las compras navideñas. Estábamos en esto cuando un ruido ensordecedor atronó en el espacio, mientras se generaba una gran confusión, pues la gente corría de uno lado al otro, gritando “¡Ya llego Cavazos!”, y el ruido era mayor. Mi madre dejó las bolsas del mandado quien sabe dónde y nos tomó de la mano mientras corríamos a la par de ella, hasta que llegamos a la Casa Maquivar en los portales del jardín de la Constitución, donde los empleados nos dejaron pasar y enseguida cerraron las pesada puertas madera.
Poco tiempo después salió un señor muy bien vestido, preguntando a los empleados sobre lo que sucedía y estos le dijeron que Cavazos estaba entrando a Pachuca; inquieto ante lo sucedido salió por una de las puertas y a poco regresó con una sonrisa que luego se convirtió en una sonora carcajada, mientras explicaba que lo sucedido fue que se “prendió un puesto de cohetes” en el Mercado de la Fruta, causando gran expectación entre compradores y vendedores.
Como la Casa Maquivar vendía de todo, aquel señor que después supimos fue don Lorenzo Maquivar, el mismísimo dueño de la tienda, quien mandó traer unos bolillos que nos obsequió para el susto y ordenó también se nos diera un par de zapatos a mí y a mi hermano, porque en el fragor de la carrera habíamos perdido los nuestros.
Así, decía don Ismael, sonriente y colocándose los antejos como diadema en la cabeza, aquella Navidad estrenamos mi hermano y yo zapatos gracias a San Marcial Cavazos. La Grafica corresponde al Mercado de la Fruta en 1904.

 

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