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Hace (69) meses
La posverdad nos amenaza
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Las libertades de expresión y de prensa viven momentos delicados en varios países del mundo, pues la manera en que se ejercen está en cuestionamiento al mismo tiempo que, para decirlo en pocas palabras, muchas veces tratan de ser sustituidas con mentiras.
Ambas libertades fueron sustanciales para la construcción de los sistemas políticos vigentes desde antes del siglo XVIII cuando estalló la Revolución Francesa, y ahora su existencia y ejercicio son parámetros de la salud democrática de los gobiernos del mundo, a las cuales en décadas recientes se ha agregado por ejemplo el derecho a la información, mediante el cual la ciudadanía puede pedir información. Son mecanismos que controlan al poder.
Uno de los elementos característicos de ambas libertades es el criterio de verdad, si uno se expresa sobre algo ese algo debe existir o aclararse que es una opinión sobre posibles realidades. Y lo mismo la de prensa, que exige un tratamiento profesional no en términos gramaticales, sino sobre el hecho de que se trate.
Pero en las democracias occidentales, la verdad y su presentación ha sido contaminada por la propaganda y la publicidad, la convivencia con la política, así como otras situaciones como la concentración del ingreso, de manera que muchos dudan de lo que presentan los canales ordinarios de prensa y se establece así el escenario para lo que se llama posverdad, explicada por el filósofo británico Anthony Clifford Grayling.
Para nuestros fines baste señalar que cuando una opinión se erige en verdad, sobre todo en personas o instituciones con capacidad amplia de influir en la realidad, estamos ante la posverdad. Ejemplos hay muchos y varios tienen que ver con la migración. En Reino Unido la “amenaza” de los migrantes a los británicos se convirtió en verdad que se usó para forzar un referéndum que determinó que ese país esté en proceso de salida de la Unión Europea.
En Estados Unidos el mal comportamiento de algunos migrantes latinoamericanos ha sido usado por su actual gobierno para afirmar que todos son delincuentes que dañan a ese país, sin importar los hechos de que la mayoría de migrantes sin documentos son honestos trabajadores y que, sobre sus bajos salarios y falta de prestaciones, la economía estadunidense ha recibido importantes inyecciones que la han ayudado a tener, mantener y defender su prosperidad.
Estados Unidos no es donde la posverdad es más amenazante, pues como vimos, ya dio un duro golpe a la Unión Europea con la salida británica, aunque sí es donde su desarrollo más puede seguirse, precisamente, por las condiciones favorables a la libertad de expresión y de prensa.
Muchos estadunidenses opinan que China hace trampa en sus tratos comerciales, y sin ver que es la productividad estadunidense la que está estancada mientras la del país asiático crece, se generaliza y todo el comercio chino hacia ese país es una trampa que debe castigarse.
Es precisamente el actual presidente estadunidense quien parece ya ser el campeón de la posverdad. Los líderes mundiales son “tremendos”, aunque a escasas horas de entrevistarse con ellos, les lluevan críticas en tuits por su comportamiento. Y esto ha sido con todos.
México ha sido un objeto preferido para aplicar la posverdad por parte de Estados Unidos. Somos un país “tremendo” de gente “formidable” que, cuando se busca la reelección o que los republicanos conserven el Congreso este noviembre electoral, se vuelve un país de delincuentes atroces que solo sacan ventaja y hasta a sus hijos usan para delinquir.
Ahora el presidente estadunidense ataca a sus propios medios y prohíbe la presencia de sus reporteros en la sala de prensa de la Casa Blanca por publicar su récord de infidelidades pagadas o situaciones complicadas con otros líderes mundiales como el ruso Vladimir Putin. Y el mayor de los riesgos es que en mítines el mandatario se da el lujo de pedir abucheos contra la prensa y la gente ¡lo hace!, sin caer en cuenta que están demoliendo los cimientos de su sistema.
Por eso México y su próximo gobierno deben evadir la trampa de sentirse consentidos de Washington, ya que los consentidos no han durado ni han sido reales, y en cambio, preferir una línea clara de comportamiento que rechace la posverdad, sea del otro o propia.
Y desde luego, evitar la tentación de aplicar aquí mismo la estrategia de la posverdad.

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