Tipos pachuqueños: las vendedoras de frutas
 
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Tuvo Pachuca hasta por ahí de 1909 un mercado dedicado exclusivamente a la venta de frutas de estación, ubicado donde actualmente se encuentra el mercado Miguel Hidalgo –hasta 1986, Benito Juárez– Era una explanada ligeramente inclinada que abarcaba de la calle Venustiano Carranza –antes del Caballito y luego de Iturbide– hasta la orilla del Río de las Avenidas, sitio donde, por cierto, se construyó entre 1782 y 1785, el llamado puente de Gallo, que permitió al Mercado de la Fruta extenderse hasta la otra orilla del río, en un terreno que por mucho tiempo se conoció como “La Cuchilla”.

Un cronista de principios del siglo XX, nos cuenta algunos detalles de la existencia de aquel concurrido mercado, al que llegaban principalmente arrieros  y vendedores de pueblos cercanos y también de la Sierra y Huasteca hidalguenses, que traían recuas cargadas con enormes costales y huacales de madera repletos de frutas y verduras; he aquí la descripción de Delfino Hidalgo, que tal es el nombre de ese cronista, sobre aquel mercado.

“Los días viernes y sábados, al despuntar el alba, las polvosas calles pachuqueñas, ven transitar recuas que, de cercanos y alejados puntos, transportan verduras y frutas de estación, que venderán en los siguientes dos o tres días, en el Mercado de la Fruta de esta minera ciudad. Con una larga vara y corriendo alrededor de las vestías cargadas, el arriero vestido con calzón y camisa de manta blanca, paliacate rojo al cuello y un gran sobrero cónico de ala ancha, enfila sus animales por la Cuesta del surtidor de Agua de San Francisco –hoy la Surtidora– de donde bajan por Camino Viejo –actual calle de Corregidora– y continúan por Morelos hasta llegar a plaza Constitución, donde negocian con las autoridades el lugar que se les asignará para vender sus mercaderías, hecho ya en la explanada del Mercado de la Fruta, el arriero descarga sus productos con los primeros rayos del sol, mientras su mujer tiende el percudido retazo de tela en el sitio escogido y coloca el parasol que la protegerá a ella y a sus hijos de las inclemencias del clima.”

“Cuando los huacales quedaban acomodados alrededor del puesto, el arriero marchaba con la recua ya descargada, al mesón más cercano a fin de procurar el pienso para los animales, y en ese mismo lugar empezaba arreglos con los compradores de por mayor (mayoreo), para la mercancía traída  tras tres o cuatro días de camino hasta Pachuca, reservando para el comercio de  menor (menudeo) una pequeña parte que mercaba su mujer en el puesto instalado desde muy temprano en el Mercado de
la Fruta.”

“Desde las 6 de la mañana hasta las 5 o 6 de la tarde, permanecen en el local el arriero y su mujer, esta solo se separaba de su hombre para conseguir dos o tres jarros de café o bien para comprar chiles y tomates con los que prepara una picosa salsa que acompaña los tacos de tasajo, frijoles o queso blanco, con los que mitigan el hambre; a los chilpayates, les compran cocoles de anís y café con leche y les comparten algunos tacos…..”

“El domingo –termina diciendo el cronista– el arriero apresura la venta de sus productos, porque el martes siguiente debe estar de regreso en la sierra con su recua, de modo que el lunes por la tarde, remata los saldos de su mercancía entre compradores de los mercados de Actopan o Itzmiquilpan; pues las frutas empiezan a madurar rápidamente, lo mismo que las verduras  que expuestas al calor de los rayos solares, se van pudiendo…..”

El resto de la semana el Mercado de la Fruta queda casi desierto, en espera de que entre jueves y viernes regresen los arrieros con sus frutas o verduras”, hasta aquí la narración del Cronista Delfino Hidalgo.

Difícil se antoja hoy como ayer, la vida trashumante de estos personajes, que hicieron posible la movilidad para favorecer el comercio regional con el que coadyuvaron a transformar la vida citadina de aquel Pachuca de principios del siglo XX, tan cosmopolita como la propia capital de la república, pues en ese entonces era la quinta ciudad más poblada del país y la vida económica se encontraba enlazada a la minería y las industrias conexas a esta actividad. En las calles, era frecuente encontrar despachos de corredores y comisionistas, que negociaban con los precios de la plata y el oro, mediante transacciones en Estados Unidos, Alemania, España Francia y otros países, ello amén de un crecido comercio de abarrotes, telas, ropa, zapatos y enceres del hogar, que vendían mercancías tanto nacionales como de importación, en suma, era una ciudad cosmopolita, que veía surgir, aquí y allá, mansiones opulentas y modestas pero bien construidas casas.

Fue esa la etapa en que aquel Pachuca de 44 mil habitantes alcanzó una importante economía doméstica, que dio paso a la construcción del primer mercado del que se tenga memoria, edificado a la usanza europea, con limpios locales y andadores, al que se llamó  Libertad, levantado al oriente de la plaza Constitución –donde hoy se encuentra el mercado Primero de Mayo– aunque en su costado sur, permaneció por años la explanada donde llegaban las recuas de arrieros que procedentes de diversos sitios traían sus productos para expenderlos en el Mercado de la Fruta, donde la imagen de vendedoras y vendedores de verduras era cotidiana.

Ilustra esta entrega una fotografía de un vendedor de frutas y legumbres, acompañado por su mujer en el Mercado de la Fruta de Pachuca, que pertenece a la colección de personajes de la fototeca Nacional del INAH.

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