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Hace (6) meses
Hablemos de cáncer de mama desde el feminismo
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El cáncer de mama es la primera causa de muerte por tumores en las mujeres mexicanas, con un promedio de 10 decesos al día. Sin embargo, hasta hace apenas unas décadas seguía siendo un tema poco abordado en la sociedad mexicana, y fueron grupos de mujeres que lucharon por el derecho a salud de todas, quienes presionaron nacional e internacionalmente, no fue una dádiva del Estado. Actualmente, aunque existe mayor información y recursos del Estado destinados a la prevención y a la atención de esta enfermedad, los recursos han sido insuficientes e ineficientes. Según datos del Inegi, en el año 2021 se registraron 7 mil 973 muertes por cáncer de mama en México, de las cuales la mayoría se registró en mujeres de más de 60 años de edad.

La incidencia del cáncer de mama representa un problema de salud a gran escala en el que se conjugan muchos factores como la cosificación del cuerpo de las mujeres, la pobreza, otras comorbilidades, las profundas desigualdades en el acceso al sistema de salud, la carencia de un sistema público de cuidados, las cegueras de género tanto para presupuestos como para políticas públicas y los estigmas socioculturales que imperan acerca del cuerpo como “objeto” al servicio de otros, incluso de la ciencia, la industria farmacéutica y de la campañas de publicidad que utilizan esta enfermedad para cuestiones de imagen de marca.

Hablar del cáncer de mama no debería ser solo un día en el marketing, no es un “Día Rosa”, son 365 días de lucha contra la enfermedad, de esfuerzos por sanar. Eestamos hablando del derecho humano a la salud de las mujeres, no de campañas “románticas” de publicidad ni de falsa filantropía. La prevención y atención con calidad a esta enfermedad es un deber estatal, es parte de la defensa por los derechos humanos de las mujeres. Un moñito rosa no es suficiente, así como no lo es un discurso gubernamental sin presupuesto; ni siquiera las campañas de prevención con mastografías gratis lo son, el problema de atención a la salud de las mujeres es estructural, comenzando por la falta de acceso al sistema de salud. Si una mujer no tiene seguridad social, como lo sería la atención del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), es realmente caro poder acceder a servicios particulares para atender el cáncer de mama desde los grados primarios y mucho más cuando se trata del pago de quimioterapias o radioterapias, tratamientos quirúrgicos y de reconstrucción. Claro que existen otras opciones como lo es actualmente el Insabi, pero no por ello los trámites son sencillos, además del desabasto y la alta demanda que enfrentan instituciones como el Instituto Nacional de Cancerología (Incan) y otros hospitales de primer nivel.

Según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) cuatro de cada 10 mujeres tienen dificultades en el acceso a los sistemas de salud en México. Entonces, recortar presupuesto a la salud y, en este caso, a la atención de enfermedades como el cáncer de mama o el cervicouterino es una omisión estatal. Una tarjeta con ayuda social no va a reparar la falta de maquinaria institucional para atender estas enfermedades ni va a dar una estructura fuerte al sistema de salud; no atender con presupuestos eficientes y suficientes a este problema público de salud es también violencia de género. Organismos internacionales han remarcado la importancia de un sistema de salud fuerte, ya que “los países con sistemas sanitarios más débiles son los menos capaces de gestionar la creciente carga del cáncer de mama. Supone una enorme carga para las personas, las familias, las comunidades, los sistemas de salud y las economías, por lo que debe ser una prioridad para los ministerios de salud y los gobiernos de todo el mundo”.

Las mujeres no solo se enfrentan a problemas para el acceso a la salud, también en la calidad de los servicios y sobre todo a la atención médica sin perspectiva de género. Todavía se trata a las mujeres como objetos, se les considera culpables de haberse enfermado, se les “infantiliza” y en muchas ocasiones ni siquiera se les da la opción de decidir sus tratamientos. Además se resaltan las fallas estructurales, falta de personal y de aparatos para detección y tratamiento, donde el personal médico no tiene capacidad para atención de calidad y persiste el desabasto de medicamentos oncológicos e incluso de mastógrafos, así como carencia de perspectiva incluyente ya que tanto hombres trans como mujeres trans son discriminados incluso de los programas y de la atención para cáncer de mama, además de menores recursos de prevención y posibilidades de atención a mujeres indígenas, migrantes y de zonas rezagadas. Pero también intersecta la labor de cuidados, las mujeres en este país sostienen el cuidado no solo de la infancia, ya sean hijxs, nietos, sobrinxs, sino también de personas de la tercera edad, de personas enfermas y con discapacidad e incluso de adultos varones en perfecto estado de salud. Cuándo se enferman, ¿quién cuida de ellas?

Barron Lerner explicaba que el cáncer de mama se singulariza por afectar de lleno a la imagen corporal femenina. Por su asociación con la sexualidad, la intimidad y la maternidad, el pecho ha sido calificado como el signo más obvio de femineidad. Las mujeres con cáncer de mama también tienen miedo al rechazo: históricamente los estándares de valor de las mujeres tienen que ver con su cuerpo, con los estándares de belleza impuestos. Como mujeres no enseñan que debemos “agradar”, que nunca somos suficientes, y por supuesto que ese mandato impuesto lo vemos no solo en la gran cantidad de cirugías estéticas para aumento de senos o de modificaciones a los cuerpos, sino también en un estándar donde el cuerpo de las mujeres es para el placer del otro, en su mayoría de hombres cisgénero. Parecería que nuestros senos solo son valorados como adornos u objetos de placer sexual y al igual que a nuestro peso, nuestra cabellera o nuestros glúteos se les dé una connotación donde mujeres sin esos atributos son consideradas “menos valiosas” y entonces el rechazo, la mirada morbosa, las frases vacías y las campañas de publicidad que vanalizan la enfermedad afectan directamente el sentimiento de valía y autoestima, sobre todo en mujeres con mastectomías y en tratamiento de quimioterapia.

Seguramente un cambio cultural y social en los estándares de lo “que debe ser el cuerpo de las mujeres” no cambiarán los índices de cáncer de mama, ni tampoco el dolor físico, pero podría ayudar a que la enfermedad y sus tratamientos no se lleven también el autoconcepto, la imagen y el amor propio de las mujeres. Ayudaría también a que el miedo al rechazo no te impida hacerte una mastectomía que salve tu vida; que sepas que vales más que dos senos, sin importar lo que tu pareja o la sociedad opinen. Si dejamos de hablar socialmente del cuerpo femenino como un objeto de servicio y placer para terceros, si borramos la idea del amor como sacrificio, si dejamos de vigilar y castigar el cuerpo de las mujeres y comenzamos a fomentar el autocuidado, contribuimos a terminar con el cáncer social llamado patriarcado.

Por: Giselle Yáñez Villaseñor
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