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Hace 14 días
¿Nos queremos clandestinas o con derechos? La lucha de las trabajadoras sexuales

Cuando alguien habla de los derechos de los trabajadores nos imaginamos posiblemente a jornaleros que laboran en distintas industrias: textiles, automotrices, mineras o de la construcción. Tal vez pensamos en la lucha social de los campesinos y obreros que exigen condiciones de trabajo justas. Pero pocas veces nos viene a la mente las mujeres que ejercemos el trabajo sexual.

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Cuando alguien habla de los derechos de los trabajadores nos imaginamos posiblemente a jornaleros que laboran en distintas industrias: textiles, automotrices, mineras o de la construcción. Tal vez pensamos en la lucha social de los campesinos y obreros que exigen condiciones de trabajo justas. Pero pocas veces nos viene a la mente las mujeres que ejercemos el trabajo sexual.

Las teiboleras, ficheras, las que nos paramos a talonear en las calles, avenidas o parques, incluso las que generan contenido para plataformas como Onlyfans o redes sociales. Las mujeres que con nuestra chamba formamos parte del 60% de trabajadores que nos dedicamos a la economía informal en México.

Hace poco leía un artículo sobre Marcelina Bautista, una mujer referente importante en la lucha por los derechos de las trabajadoras del hogar y de su sindicato nacional. El texto se titulaba “De sirvientas a trabajadoras” y en él se hablaba de la desprotección del Estado, la falta de seguridad social o jubilaciones y la discriminación laboral cotidiana que viven las compañeras en América Latina.

No pude evitar pensar en que cómo estas violencias y estigmas no son distintas a las que vivimos las trabajadoras sexuales. Con la gran diferencia que a las compañeras jamás se les pone en duda que su trabajo sea un trabajo de verdad.

“¿Y aparte de esto te dedicas a otra cosa? ¿Si tienes un trabajo en serio?”. Esas son algunas de las preguntas que nos han hecho clientes o personas cercanas a nosotras. Porque el trabajo sexual ni siquiera se considera como un trabajo en sí. Esta permeado por los estigmas de la sexualidad y el machismo.

Muchos de nosotras crecimos con el imaginario de la puta y la santa en un sistema de creencias religiosas y familiares que basan el valor de las mujeres en nuestra virginidad o la vida sexual que llevemos. Entonces, ¿por qué el trabajo sexual incomoda tanto a la sociedad?

Históricamente el papel de las trabajadoras sexuales ha sido motivo de repudio y asombro. Desde la Malinche, esa mujer inteligente que sirvió como puente de comunicación entre los genocidas españoles y el pueblo azteca, pasando por Sien Hoornik, una costurera y cortesana que inspiró al mismo Vincent Van Gogh, hasta la propia Cleopatra, una gobernante seductora y capaz de dominar a emperadores como Julio Cesar y Marco Antonio.

A todas ellas se les juzgó e interpeló como mujeres sin escrúpulos y calculadoras. Y aunque sería una imprecisión histórica verlas como trabajadoras sexuales exclusivamente, fueron mujeres que supieron capitalizar su sexualidad y erotismo para conseguir sus objetivos.

Pero regresando al artículo de Marcelina Bautista, gracias a la lucha política de las trabajadoras del hogar se logró incorporar algunas de sus exigencias a la Ley Federal del Trabajo en el 2019. Exigencias como el derecho a horas de descanso, alimentación adecuada y espacios dignos de trabajo.

¿Imagínense cómo es entonces la situación de las mujeres trabajadoras sexuales en nuestro país? Cómo lo dice Georgina Orellano, secretaría general del Sindicato de Trabajadoras Sexuales en Argentina (Ammar): “Si las feministas blancas están intentando romper el techo de cristal, las trabajadoras sexuales estamos apenas escarbando un piso sin pavimentar”.

Aún son muchas las batallas que faltan por ganar, quizás la que más nos aterra es ser visibles y dejar la clandestinidad. Salir del clóset puteril no es nada fácil, implica renunciar a un chingo de cosas. Particularmente de la propia mirada de nuestros conocidos y familia.

En la Ciudad de México el trabajo sexual no es considerado como un delito, ni siquiera se contempla como una falta administrativa en la Ley de Cultura Cívica, pero eso no quiere decir que las colegas no padezcamos los estragos de la criminalización de la policía y la violencia institucional del gobierno.

Durante la pandemia, los hoteles y establecimiento comerciales cerraron sus puertas desalojando a muchas trabajadoras sexuales del centro y quitándoles sus fuentes de trabajo e incluso las habitaciones que rentaban al ser foráneas de la capital. Para las que trabajamos en la calle, nunca ha sido un secreto que los policías extorsionan y persiguen a nuestros clientes cuando nos contratan.

La movilización comunitaria ha sido clave para que se reconozcan algunos de nuestros derechos laborales. Gracias al juicio de amparo en 112/2013, interpuesto por organizaciones de la sociedad civil, el trabajo sexual pudo ser reconocido bajo el esquema de trabajo no asalariado por parte de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México.

Pero de nada nos sirve ser reconocidas en el papel como trabajadoras no asalariadas, si en el día a día las compañeras seguimos sin tener acceso a derechos básicos como seguridad social, prestaciones o jubilación digna.

No tiene sentido tener un carnet de trabajo sexual si las colegas debemos pagar de nuestros bolsillos un servicio médico privado o se nos niega rentar un departamento o habitación por no contar con un comprobante de ingresos oficial.

Uno de los argumentos más comunes para negar estos derechos es creer que las trabajadoras sexuales no pagamos impuestos ni tenemos un esquema patronal de trabajador-empleador. Por tanto no cumplimos con las obligaciones fiscales que cualquier otro ciudadano tiene.

¿Saben cuál es la derrama económica y la cantidad de dinero que aportamos a la economía informal las trabajadoras sexuales? De acuerdo con la segunda encuesta en este rubro que hizo el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred), el 80% de las compañeras mantenemos económicamente a nuestras familias o tenemos más de un dependiente económico.

Entre maternar a nuestros hijos, cuidar a nuestros padres y madres y pagar los servicios básicos de vivienda como luz, agua potable, comunicaciones, entre otros. Las trabajadoras sexuales aportamos grandes cantidades, hasta ahora incuantificables por el Inegi o el SAT, a la vida diaria de nuestras familias y la economía de este país.

Viendo la otra cara de la moneda, ¿saben cuántas personas, cadenas de hoteles, farmacias, sex shops, servicios taxis o por aplicación como Uber o Indrive se benefician directa o indirectamente de nuestra chamba cotidiana en el talón?

La Organización Internacional de Trabajo OIT ha señalado que los gobiernos deben reconocer oficialmente la industria del sexo y el trabajo sexual, pero esto no lo hacen por ser buenas personas o por proteger nuestros derechos laborales, sino por la oportunidad de los Estados para recaudar impuestos directamente de este sector.

Estas visiones fiscales dejan a un lado a las trabajadoras sexuales que se encuentran en mayores condiciones de pobreza y desigualdad.

El problema no está en los impuestos, sino en la clandestinidad de nuestro trabajo. Las colegas somos clandestinas en un sistema que está más preocupado por “rescatarnos” del trabajo sexual que en garantizarnos condiciones laborales seguras y dignas para seguir ejerciéndolo.

El feminismo blanco de escritorio no se queda atrás. Sus prejuicios racistas y falta de conciencia de clase han contribuido a alimentar la narrativa de la buena víctima. De quitarnos toda capacidad de agencia y vernos como mujeres explotadas por la industria sexual. No pueden imaginar a una mujer trans trabajadora sexual haciendo políticas de calle y organizándose colectivamente con otras compañeras.

La pregunta no es si las colegas necesitamos ser rescatadas del trabajo sexual. La pregunta es ¿por qué tenemos que seguir en la clandestinidad y sin derechos laborales?

Y así como alguna vez Marcelina Bautista y las trabajadoras del hogar renunciaron a ser las sirvientas sin derechos, nosotras renunciamos a la criminalización de nuestro oficio y reivindicamos el trabajo sexual como nuestro proyecto de vida. Es tiempo de que las trabajadoras sexuales nos miremos a nosotras mismas con derechos y no clandestinas.

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